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APORTACIONES de Creadores:

domingo, 11 de octubre de 2020

"Las dos amigas", autora: Eliza Brown

Recuerdo aquel sábado 14 de marzo como el inicio de una aventura de quince días en la que íbamos a tener tiempo de jugar por fin al Pictionary. “Tranquila, Clara, --me dijiste--, que en quince días no nos da tiempo a nada”.

Y después de esos quince vinieron otros quince y otros... Hasta que en Semana Santa, me di cuenta que aquéllo iba para largo. Algunos profesores habían decidido darnos clases online pero otros parecían estar missing total. Cada una desde su habitación del piso que compartíamos nos conectábamos cuando tocaba, pero ya la rutina se había apoderado de nosotras y el pijama o la bata o como mucho el chandal si tocaba encender la cámara de la videoconferencia era nuestro típico atuendo.

Y luego, a ver películas y a comentarlas a carcajadas con nuestras copas de vino blanco, qué digo copas, botellas... Porque habíamos decidido no ver las noticias ya. Una vez al día, dijimos, y la radio. Y los fines de semana, una partida al Pictionary, para no cansarnos tampoco, como un ritual después de la pizza y las cervezas (los fines de semana tocaban cervezas).

La verdad es que pronto nos dimos cuenta de que no lo estábamos pasando tan mal y, sobre todo, qué bueno que estábamos juntas para poder compartir este confinamiento sin familia ni novios. Marga de Burgos, yo de Granada... y las dos estudiando aquí en la gran urbe. Ella Arquitectura, yo Bellas Artes... Ya ni recuerdo cómo nos conocimos para llegar a compartir el piso interior de Lavapiés. Y qué más da...

Y mis padres con su “pero hija, tú metida en un piso interior...”, y yo con mis eternas dudas. Yo les llamaba casi todos los días, preocupada por cómo estarían pasándolo sin su hija querida. Marga les llamaba dos o tres veces a la semana. Lo mismo a su novio, decía que para que no se acostumbrara mal. El mío me hacía videollamadas, decía que así me veía, como si una videollamada fuera lo mismo que vernos...

Una tarde le pregunté a Marga si no echaba de menos su casa, su gente... Me dijo que se lo estaba pasando bien, con una copa en la mano, y una carcajada, como diciéndome “cállate y no me preguntes más”. Sin querer, me fijé en su escote, como quien mira un escaparate, y vi sus pechos moviéndose al ritmo de su risa. No llevaba sujetador. Yo tampoco. ¿Para qué, si estábamos solas en casa?. No le di mayor importancia, pero esa noche tuve un sueño erótico con mi novio en el que me comía los pechos como nunca lo hizo en la realidad. Me desperté excitada, ya de día, y fui directa al baño. Allí vi a Marga saliendo de la ducha, sin toalla, con toda su melena negra mojada chorreando. Se quedó de pie, mirándome, sin extrañarse. Yo tampoco me moví. No me esperaba verla, y menos desnuda. No se cubrió. La miré de arriba a abajo, incrédula y maravillada ante su belleza. Ella no apartó los ojos de los míos y me pareció incluso ver una sonrisa asomando a sus labios. Sin mediar palabra, nos acercamos la una a la otra y empezamos a comernos la boca, y mis manos no sabían qué hacer, si acariciar su pelo o su pecho o bajar a su pubis... Nunca había estado con una mujer.

“Quítate la ropa”, me dijo. Mi excitación era enorme. Ella se agachó y me lamió despacio. Me agarré a la puerta de la ducha para no caer mientras irremediablemente abría las piernas y sentía cómo su lengua entraba más. Cuando ya casi no podía resistirme al final anunciado, se puso de pie, me cogió de la mano y volvió conmigo a la ducha. Abrió el agua, que aún estaba caliente tras su reciente uso, y cogió el jabón líquido que pasó por mi cuerpo. Yo ya no sé si temblaba o vibraba. Había compartido otras duchas con mi novio en alguna ocasión, pero esta era distinta a todas, tan distinta... Yo creo que para ella era también su primera vez, por la indecisión en sus movimientos, pero eso lo hacía aún más excitante. Al fin y al cabo, las dos explorábamos en el mismo mundo y con la misma incertidumbre.


Esa tarde no jugamos al Pictionary. Y yo deseé que no acabara aquel “estado de alarma” jamás.

Autora: Eliza Brown

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