Elisa tardó en encontrar un pseudónimo que la convenciera, terminó eligiendo un nombre de usaría muy de moda entre las niñas de corta edad, Frozen. Princesa rubia, como ella, que además de popularizarse gracias a la factoría Disney traía intrínseca similitudes con la reina de las nieves de Hans Christian Andersen, autor que no hacía mucho tiempo había releído. Elisa, además de una entusiasta del Ajedrez, era una gran lectora, una devoradora de libros, mejor dicho.
Fabiola, desde su Perú natal, adquirió el amor al Ajedrez por su abuelo Ricardo y las partidas que a cada atardecer la enfrentaban a la paciencia y sabiduría de su abuelo. Precisamente el no solo la enseñó a mover las piezas, cuando niña, también, a medida que iba creciendo, le mostró diferentes estrategias establecidas y de uso normal entre consabidos jugadores: enroque, gambito de dama, salida siciliana. También curiosidades históricas algo más rebuscadas, como la transexualidad que adquiere el peón que atraviesa, pasito a pasito, todo el tablero y llega a convertirse en Reina-Dama. La refirió los inicios asiáticos y orientales del juego de las sesenta y cuatro casillas en tablero cuadrado. Es atribuido a los españoles la incorporación de la figura de la Reina-Dama al juego para dar agasajo y subordinación a su Reina Isabel II la voraz y androfílica. Así, la nueva figura, además de lucir la más alta del tablero podría moverse, por el, a su auténtico antojo a su real apetencia, de adelante a atrás, en diagonal sin limitaciones de casillas, todos unos privilegios que musulmanes y asiáticos no hubieran consentido a ninguna fémina
Tras una sonrisa, un movimiento alborotado de las manos y el magnetismo de sus miradas durante un instante, que pareció una eternidad, comenzó la partida; a Frozen le fue asignado el ejército blanco, por ser la buscadora de partida.
La atracción fue mutua, desde el primer momento y del flechazo de sus miradas pasaron, rápidamente, a examinarse rostro, pelo, hombros, escote, los gestos de sus bocas, manos, que era cuanto las videocámaras mostraban de la contrincante.
-Qué rubia eres, Frozen (tecleó
Lara Crof)
-Somos cara y cruz de la misma
moneda, tu tez tan tostada, tan matizada, pareces esculpida en madera de teka.
-Por fin estar frente a alguien sin mascarilla y casi a dos palmos de distancia.
Nerviosas, iniciaron el juego. Elisa-Frozen eligió un
peón 4-rey. Fabiola-Lara eligió replicar el movimiento. A los veinte minutos de
partida y tras un inocente intercambio de peon@s cayeron en la cuenta que el
tiempo que transcurría, entre un movimiento y el contrario, no era empleado en
pensar estrategias para sus figuras, sino que era un suave transcurrir en una
contemplación enamorada que imantaba y compartían las jugadoras.
-Imagino que con otr@s jugadores hubiera comenzado por
los calcetines, el cinturón o hasta los pendientes (como me había sugerido un
experto amigo jugador), pero contigo, oh princesa Frozen no mereces tales
remilgos y bajezas; dijo al tiempo que se desprendía de una camiseta que lucía
la frase ecologista: “Salvemos la Amazonía”.
-¿Sabes una cosa Frozen? (tecleo
Fabiola), estoy deseando “comerte” ese caballo o el alfil que tanto me están
obstaculizando para darte mate y de paso…
-Pues te anuncio, Lara, que
bajo el top negro, solo mi blanca piel espera a mi contrincante, a propósito el
granate sobre tu piel marida a la perfección, que sujetador y que relleno mas
lindo.
-Siento mis rosados pezones
encrespados, duros, como las Torres que protocolariamente guardan las cuatro
esquinas del tablero.
-No aguanto mas (tecleo
Fabiola) al tiempo que hacía desaparecer su mano y antebrazo derecho por debajo
del teclado, la mesa y como es lógico del alcance de la cámara.
-Esperaté a terminar la
partida.
-Palpándome te siento muy cerca, quiero más.
Frozen, mientras se mordía los labios, la dijo: solo acordando unas Tablas podremos terminar el juego y salir del tablero hacia un vídeochat donde nuestra intimidad y placer no sean cuestionadas y allí podamos viajar juntas abrazadas por la imaginación de nuestras mentes, ahora, ardientes
Sincronizadas y lascivas por sus miradas cristalinas y risueñas, movieron sus Reinas-damas al suelo del tablero digital con sus humedecidos dedos que dejaron las pantallas táctiles pegajosas, lo que no sabía la máquina, la aplicación, es que el juego entre Elisa y Fabiola se trasladaba a la intimidad de otros espacios cibernéticos o incluso al, mas cercano, encuentro por vídeo llamada al celular. Antes del game over final tuvieron tiempo de teclear el número de sus móviles, después el fundido a negro de la pantalla las absorbió trasladándolas a otras ocultas y magnéticas latitudes.
Autor: Henry Marfrafe