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APORTACIONES de Creadores:

miércoles, 16 de diciembre de 2020

"Oda al Hidrogel", autor: Félix Martín Franco

    La plaza permanecía como hacía veinte años, parecía arrancada de aquel París retratado mil veces por Maurice Utrillo. Un aroma de cierto abolengo traspasaba desde el café a la calle cargada de aromas. Recoloqué mi  mascarilla  correctamente ante la presencia del camarero que, sin lugar a dudas, se dirigía a la mesa que ocupaba, bajo la pletórica y reconfortante sombra de un Plátano (Platanus x hispanica), especie calvario para alérgicos madrileños.

    Verónica no había bajado todavía, tampoco quería atosigarla, así que desinfecté minuciosamente mis manos y antebrazos con abundante hidrogel (solución desinfectante especialmente para la higiene de manos y previsora del contagio por covid-19. Composición:

   750 ml de alcohol isopropílico -con una pureza del 99,8%-,
  40 ml de peróxido de hidrógeno H2O2 -agua oxigenada-
  15 ml de glicerol o gel de aloe vera
195 ml de agua destilada o agua hervida y enfriada)

aquel resultó especialmente gelatinoso y escurridizo. Lo dejé en la mesa, a buen recaudo,  a la espera que lo usara, a su llegada, la tardona de Vero. Abstraído con el ir y venir de los enmascarados y desconfiados viandantes llego, tras tomar nota a otra mesa, el camarero; abigarrado profesional de la hostelería que no se extrañó al oírme solicitarle un Cointreau “generoso” con una única pieza de hielo, por favor. Incluso para rematar su sapiencia ofreció servírmelo picado. Un cliente sibarita (para los tiempos que corren) y un garçon que sabe de su oficio y maneras. pensé.

       Por fin!  Verónica!  loados sean los dioses, bendita la gracia de tu presencia y la luz que te confieren en esta hermosa tarde parisina en pleno barrio de Embajadores.

    Mas de tres horas transcurrieron en un intento de ponernos al día en nuestras vidas y circunstancias tras la llegada de la más cruenta pandemia que ha azotado al mundo precisamente ahora que nos creíamos en el mal llamado estado de bienestar.

    -Siempre me has hecho reír, hablemos de lo que hablemos, es un placer coincidir contigo, ¿por qué no quedamos más? -La culpa la tienen tus “novios dije, que no te dejan sola ni de noche ni de día. Volvimos a reírnos.

    Un septiembre remolón y totalmente primaveral nos invitaba a continuar de agradable tertulia. Me fijé que su dentadura brillaba, como recién instalada en un outlet, pero no comenté nada. 

    El sol iba ocultándose y comenzó a refrescar con el canto de los últimos pájaros, anclados en las ramas de la frondosa arboleda de la plaza.

    -Todavía, creo, guardo aquella botella de Cointreau (he visto que sigues con tu adicción, jajaja) que trajiste a casa por mi cumpleaños, hace años (de sobra recordaba que fue al cumplir sus cuarenta y un , cuando se montaron un trío con aquella pelirroja de pezones generosos, la llamamos “pezones salchichita cóctel”. Dos lenguas para el conejito de Verónica, no hizo falta soplar velas. Mientras, en el dormitorio de al lado, hacía Teresa dormitando la borrachera que se ganó a pulso, entre brindis y bailes pegado, muy pegados. Aún recuerdo sus exclamaciones en susurro: -¿Cómo me está poniendo éste tío! -Vámonos de aquí (me proponía), vivo cerca. Estoy empapada. Creía no ser oída y Verónica se estaba incendiando de celos, también, en aquella velada, disfruté de un juego nuevo, para mi, el beso escondido, las tres damas presentes y traviesas y el pobre ratón de laboratorio, es decir yo y con los ojos cubiertos por un antifaz de los que se usan para conciliar el sueño, por mucha luz que exista en el ambiente, debía averiguar de quien era cada beso que recibía de los cuatro que me daban, uno de mas para despistarme. Tres salivas, tres formas de besar y yo de catador privilegiado con las manos amordazadas. Adrede tarde en adivinar mientras saboreé aquellas delicadas cocteleras con forma de boca de mujer. Qué delicia, que mucho me temo no volver.

    Sonreímos y dejé un generoso billete pillado por el píe de mi copa que incluía propina, bien merecida por el garçon. -Si no hay más remedio te acompaño y compruebo el estado del bebedizo, después de tantos años seguro que se ha evaporado o guarda su esencia más íntima, por el contrario.

 

    Agarré el dosificador de hidrogel, su caudal era exagerado y una vez depositado en la palma de mi mano lo extendí ofreciéndoselo a Verónica. El roce fue mansamente eléctrico entre unas manos que, hacía años, no se agarraban ni acariciaban, ambos sentimos el latigazo. La cremosidad del fluido desinfectante fusionó nuestras manos y mutuamente nos restregamos las manos cruzándonos los dedos y colisionando nerviosos nuestras muñecas. Su penetrante olor entre selva amazónica y suelo de hospital recién fregado me invitó a guardarme el frasco por el hueco ventral de la chupa, asegurándolo a mi tripa al subir la cremallera. Sonreí a Vero y ella, algo avergonzada, me siguió el juego marchando con un paso acelerado, mientras nos colocamos las mascarillas a toda prisa y el brillo que producía el cruce de nuestras miradas enamoradizas hizo el resto. “Donde hubo fuego siempre quedan brasas”.

    En el ascensor no mediamos palabra, mantuvimos la mirada intensa y una sonrisa cómplice en la comisura de nuestros labios, imaginada tras las mascarillas. Sólo tras girar la llave de la casa, sus correspondientes sonoras y recordadas tres vueltas, respiramos mas tranquilos, como si todo el tiempo del mundo nos perteneciera.

    Me sacó el hidrogel del marsupio y exclamó en voz baja: sigues igual que siempre, y eso me gusta. Desbotonó la camisa y como pudo me dejó el torso desnudo al aire, yo hice lo propio y al contemplar su pecho desnudo exclamé en voz baja: Siguen siendo como hace años, sos preciosa.  Me imaginé con una cara de bobalicón ilusionado como cuando los Reyes Magos me trajeron el scalextric.

- Qué tal si…

    Llenamos a conciencia el cuenco de nuestras manos del secuestrado hidrogel del café y comenzamos a regalarmos un mutuo masaje, haciendo correr, sin paradas, el gelatinoso y escurridizo brebaje por los cuerpos descubiertos de cintura para arriba. Los pezones y areolas de Verónica tornaron de color y se mostraron pletóricos como buscando lucha, Tommy el gato de Verónica, permanecía en una esquina asustado desde que me vio entrar en la casa.

    Primero de píe y después sobre el sofá, una vez protegido con una gran toalla de baño blanca nos rebozamos y revolcamos como dos pollos en un asador, seguimos sin hablarnos y al instante las brasas adormiladas, durante años, avivaron un fuego lento que propició las llamas eternas de la pasión. Seguimos con las mascarillas obstaculizando respiración, aliento y gemidos, pero no hicimos ademanes de retirarlas, aceptando el castigo divino. Los besos podían ser hilo conductor del puto corona virus bautizado como covid-19, en el supuesto de que alguno de nosotros fuera portador asintomático. Fue una muestra de respeto y cariño hacia nosotros mismos los que, tantas veces, compartimos fluidos y aliento. 

    Siguió el destape y Tommy se entretuvo desde entonces en olfatear con ahínco y dedicación mis calcetines que salieron volando a varios metros del sofá. Ya nada nos haría parar. Verónica se retiró a la toilette y yo rebusqué la vieja botella que, ahí estaba aguardándome como un viejo amigo. Mojé mis labios con el licor, tras ahuecarme la mascarilla, delicioso, dulzón. Por la puerta, entre abierta, del baño y con ayuda de su gran espejo mural pude ver a Vero untarse e introducirse alguna crema en su vagina, seguramente un lubrificante, a nuestra edad hay que irse buscando aliados para una buena práctica amatoria. De mi cartera saque dos condones que, como balas de un rifle de repetición, llevaba en la recámara, siempre dispuestos a ser desenfundados.

Bajé sus braguitas, tipo culote-tanga y mantuve mis mofletes sobre sus frescas nalgas durante un momento que pareció un siglo en el reencuentro. Ya desnudos y enmudecidos volvimos a embadurnarnos con la que bautizamos como Poción Mágica y, aunque intenté calentarla frotándola con mis manos una y otra vez, no pude evitar el escalofrío en los muslos de la deliciosa Verónica, parecía que el tiempo no había transcurrido, saltó en un movimiento espasmódico que dejó a la vista sus labios sonrosados y que ya hacían entreabiertos. Fue el momento en que mi termómetro llegó a su máximo indicador y con el mercurio a punto de estallar.

Verónica me obligó a permanecer tumbado boca arriba, mientras ella se aupaba como experta Artemisa bajando lentamente sobre la flecha ardiente, quedando apuntalada por Cupido para conseguir su máxima perpendicular. Tommy maulló sobresaltado al escuchar el gemido de Verónica.








 

lunes, 7 de diciembre de 2020

"En buenas manos", autora: Eliza Brown

            Siempre el mismo autobús. Éramos muy pocos los “esenciales” que nos dirigíamos a nuestros puestos de trabajo, así que también pocos viajeros.

        Al principio era tanta la carga que llevaba en mi cabeza que una vez me pasé de parada reviviendo el día interminable de tragedias horribles.

        Llegaba a casa tan derrotada que más de una vez lloraba en la ducha. Lloraba a gritos, de rabia y de dolor ante tanto sufrimiento. Luchaba contra la impotencia y la  frustración cada día y estaba tan agotada que caía rendida en la cama sin mucho tiempo para pensar más. Unas horas de sueño alborotado y otra vez para el hospital. De nuevo a las trincheras. Cada día lo mismo.

         Y, al tomar el autobús, ese silencio sepulcral, miradas perdidas y miedo en el aire. No podía pensar en otra cosa. Impotencia, frustración, fracaso... Y entraba en un bucle del que intentaba salir pensando en los vivos, en otro día más que había librado para volver a la batalla. 

        El viaje en el bus era muy incómodo y eterno. Cuarenta y cinco minutos casi sola y sin poder hacer nada. Había perdido las ganas de escuchar música durante el trayecto. Prefería el silencio.

        Un día olvidé el abono en casa. Había cambiado de bolso y no me di cuenta de cogerlo. Ya era tarde para volver atrás. Pagué con unas monedas que tenía a mano y, a la vuelta, cuando busqué de nuevo en mi cartera, no tenía suelto. “Ay, me he dejado el abono y solo tengo un billete de 20 euros, lo siento”, le dije al conductor. Era la primera vez que le miraba a los ojos. “No te preocupes”, me dijo, “si vosotros no deberíais pagar, con la que está cayéndoos”.

        Le di las gracias y fui a mi habitual asiento de atrás,un poco cortada pero a la vez aliviada. Hacía semanas que nadie se había preocupado por aparte de mis padres que me llamaban por teléfono los fines de semana para ver cómo iba todo. Sabían que entre semana apenas tenía tiempo ni de respirar.

        Me pregunté si él tendría familia y cómo sería. Por primera vez en aquellas semanas no fui  pensando en el agobio de la jornada durante el trayecto.

        Al día siguiente, él no estaba frente al volante. Yo siempre cogía  el mismo bus. Era lunes, habría cambiado el turno o libraría, pensé.

        A los dos días volví a verle, esta vez me saludó. Y yo a él. Fue una comunicación especial, como si en ese saludo me estuviera ofreciendo todo el apoyo que yo necesitaba, con un cariño infinito escondido en una voz que me pareció un bálsamo.

        Pasaron días y, cuando coincidíamos, entablábamos una pequeña conversación, muy breve, casi diciéndonos más con las miradas y los gestos que con las palabras, que eran pocas.

        Un día llegaba yo especialmente cansada. Era viernes, final de semana. Me senté donde siempre, en uno de los últimos asientos. Apoyé la cabeza casi de inmediato en el cristal y caí rendida sin darme cuenta. No supe cuánto tiempo había pasado. Alguien me despertó, apoyando la mano en mi hombro izquierdo. Cuando abrí los ojos, le tenía enfrente, diciéndome, susurrando casi, “perdona, esta es tu parada”. Miré alrededor, un poco confusa, y lo miré. No había nadie en el bus. Me fijé en sus ojos, de un verde aceituna que me llenaron por dentro. “Gracias”, acerté a decir. Me abrí paso para salir, nerviosa, un poco confusa y a la vez halagada al ver que se había preocupado por mí otra vez, que sabía perfectamente cuál era mi parada y se había molestado en avisarme.

        Llegué a casa y, por primera vez en todo este infierno, decidí abrir una botella de vino blanco. Una sola copa, sorbo a sorbo, pensando en él.

        Al acostarme, no sé si porque el cerebro acaba buscando refugio en el menor resquicio u oportunidad de evasión, o porque realmente el cuerpo es sabio, empecé a fantasear con ese hombre de los ojos verdes, imaginando que un día, al final del trayecto, apagaría las luces del bus y se acercaría a a despertarme, pero esta vez con sus manos bajo mi jersey, con las dos a la vez amasando mis pechos, al tiempo que sus índices estimulaban mis  pezones duros y ardientes, mientras me derretía por dentro deseando que fuera a mi sexo, y metiera los dedos, uno, dos, los que quiera, y los moviera al compás de mis inevitables movimientos buscando más, mientras yo me agarraba a los asientos con los brazos extendidos y las piernas cada vez más abiertas pidiendo más, hasta que llegara el final, el tan ansiado final desde hacía tanto tiempo.

        Y, mientras me masturbo en la cama pensando en la escena, pienso que mañana me sentaré en el asiento de adelante, que hay confianza y nunca se sabe...

Eliza Brown





viernes, 4 de diciembre de 2020

"Erática y erótica...mente", autora: Gio Aguiló

Cada noche ella llegaba a su refugio de aislamiento pandémico, sin darle siquiera un beso, se metía rápidamente en la ducha temerosa de llevar el SARS en los zapatos, en la ropa, en el pelo y, sólo tras su estricto protocolo, se atrevía a abrazarle.

Él, también sanitario, la recogía tranquilo, sosegado, devolviéndola a la calma.

Y así se quedaban dormidos, acurrucados, refugiados el uno en el otro, intentando parar la mente viendo aquellas películas y series para evadirse; hasta que se daban cuenta de que los equipos de protección individual utilizados en la fantasía eran mucho mejores que los penosos y a veces, incluso, ausentes EPIs que a ella le proporcionaban para trabajar en la zona covid  del hospital...


Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
 
Julio Cortázar. 

       Mis pupilas se dilatan al mirarte
          mientras beso
          el resquicio de consciencia
          que percibes cuando duermes.
 
          Acaricio la dulzura
          destilada por tu boca
          y resbalo por el surco
          que tu lengua me suscita.        
 
          Gesticulas y contemplo tu expresión,
          delirante y deliciosa,
          que me expone consecuencias de mis actos.
 
          Reaccionas sensitivo
          y me pides sugerente
          la medida de tus ganas.
 
          Y te entregas por entero.
 
Gio Aguiló





lunes, 30 de noviembre de 2020

¿Nueva normalidad?, autora: Lihue Balanzino

La emoción del  on/off  line
la nueva publicación
los fueguitos mal apagados
 
Falta de expresión real
falta de expresión carnal
tocarte y sentirte con dos dedos
con un mouse que no te recorre
pero te recorre
sin correrte
 
Y besos con gusto a viento
se los lleva el aire
se los lleva nadie
y vuelven
vuelven para no sé.
 
Esa manía digital
esa falta de realidad
exceso de imaginación que no traduce
que no siente ni ve
ya ningún sentido siente
y todos están esclavizados
para fingir lo que no existe.

¿Nueva normalidad?








miércoles, 25 de noviembre de 2020

"Día internacional de la eliminación violencia contra la MUJER"

     Porque no siempre el sexo es placer para tod@s, nos ha entregado ésta canción Chega Gómez, gran cantautora madrileña, y de esta forma dejamos nuestra muestra de adhesión y colaboración al "Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer".

BASTA YA !!!

GRACIAS INFINITAS, Chega, amiga, compositora, intérprete...

    Aunque a veces los contenidos de éste blog pudieran parecer machistas, rogamos disculpas, pues, para nada lo son.

Pincha y Siente:

CHEGAGOMEZ   IRIOWENIASI   =   HILO DE LA LUNA





domingo, 22 de noviembre de 2020

Peticiones del Oyente en "MÚSICA de amores CONFINAD@S"

Una querida lectora del blog (anónima) nos ha solicitado vía mail: milyunanochesconfinadas@gmail.com,
incluir en el epígrafe "Música de amores confinad@s"  dos temazos muy, muy, muy  hot: "Lo estás haciendo muy bien" y "Mas y mas", escucha nuestros -69 oldy hit- (de momento 41, esperamos vuestras nuevas propuestas) y disfruta de un paseo por lo mejor de la música -amorosa- en español .

Referenciada en el consultorio "CARNE Y ALMA CONFINADA", como respuesta a la consulta realizada por Neptuno, unimos a nuesta lista de reprodución musical "UNA DE DOS", del siempre querido Luis Eduardo Aute.




"¿Hasta cuando?", autora: Anna Bukowska

 
¿Cuánto más he de esperar
para poderte amar?
 
Maldito confinamiento
que no me deja
disfrutar de tu cuerpo
ni besar tu sexo.
 
Un cable nos separa
y nos une,
te veo tras la pantalla
pero ya no me basta.
 
Maldito confinamiento
que sólo permite
practicar cibersexo.
 
Yo quiero tu cuerpo
para recorrerlo
beso a beso.
 
Maldita, jodida pandemia
que no me deja
disfrutar de tu lengua.
 
¿Hasta cuándo
seguiré amando
hasta cuándo
sin tocarte
ni sentir tus labios?
 
Tras el hilo
te lo digo
te digo que te extraño
y, mientras,
me estoy masturbando.
 
Puñetero toque de queda
jodida pandemia.
 y... ¿Hasta cuándo?


Anna Bukowska






sábado, 21 de noviembre de 2020

En el estudio de Luis Serrano

    En tiempos de pandemia y confinamiento, tampoco LUIS SERRANO (Pintor-Fotógrafo y mucho mas) pudo estar quieto y creó y creó con todas las técnicas que domina y disfruta.  GRACIAS, Luis.

       

viernes, 20 de noviembre de 2020

"Puerta con Puerta", autor: Antonio Ruiz Pascual

      Ella era mi vecina de al lado, varias veces nos cruzamos en la escalera, en el super, junto al buzón de correos, nos dábamos educados los buenos días, las veces que más hemos hablado ha sido en las reuniones de vecinos, era una chica atractiva, bien formada y vestía bastante sexi,  pero con eso de tenerla al lado de casa nunca me interesó, los rollos cuanto más lejos y anónimos mejor, era todo un mecanismo de defensa, supongo que ella pensaría lo mismo, los dos de vez en cuando nos traíamos ligues, algo normal para sobrellevar la existencia del tiempo y habíamos escuchado tanto el uno como el otro nuestros escarceos amorosos a través de los tabiques,  así como escuchamos programas de televisión, música, paredes de papel se dicen donde la intimidad no existe, ella de pop antiguo me recordaba a mis guateques de adolescencia, mientras yo soy de jazz, Charlie Parker todo el día sonando, me fascina el saxo.

      En una ocasión ella me pidió un brik de leche, yo un día un paquete de harina, hasta ese momento esa era toda nuestra relación, llegó el confinamiento y salíamos juntos a aplaudir en reconocimiento a los sanitarios y otras profesiones que hacían posible subsistir a la peste por covid-19 que estábamos padeciendo, también coincidíamos, de vez en cuando, al echar un pitillo en la terraza, 

aunque los dos vivíamos solos se ve que no gustábamos de contaminar el aire de nuestra casa y empezamos a charlar más sobre la vida, la sociedad, los valores éticos, los partidos políticos y como no, sobre el confinamiento, los dos éramos de izquierdas, empezamos a intimar y resulta que nuestras conversaciones eran, cada semana, más asiduas, amenas e interesantes. La soledad hizo que empezáramos a buscarnos, a sentir la presencia el uno del otro a pesar de los tabiques. Una noche de luna y calor inmensos ella salió a fumar en ropa interior de encaje, yo lucía en calzoncillos, los dos demostramos madurez, nada de pudor y conversamos con la mayor naturalidad, la verdad es que yo la devoraba con la mirada y mis ojos, sin querer, aterrizaban una y otra vez sus generosos pechos y su pequeño sujetador que luchaba por abarcarlos, así estuvimos un rato largo hablando, mientras luchaba contra mis instintos más básicos que, cautivos bajo mi slip, comenzaron a revolucionarse. Cuando entre de nuevo al comedor de casa necesité una ducha fría y casualidad o no, sentí el agua caer desde la alcachofa de mi ya entrañable vecina. La imaginé debajo de su ducha, desnuda, mojada, con olor a piel y gel de manzana, que desde hacía unos minutos ya habían percibido mis fosas nasales. La escena volvió a repetirse varios días, las conversaciones cada día eran más largas y el deseo estaba, nunca mejor dicho, a flor de piel. Después del cigarrillo y la amena conversación y sus picaronas bromas, como si fuera una ceremonia consensuada los dos, nos duchábamos, no sé si a ella le pasaba lo mismo que a mí, pero intuía que nuestros actos estaban acompasados y los repetíamos con exactitud de relojero. Una noche, con el propósito de romper el hielo o mejor dicho de encender el fuego, la invité a pasar a casa y tomar un vino, aunque a tenor del calor que hacía lo convertimos en un tinto de verano. La excusa de que probara mi tortilla española, que aquella noche me salió deliciosa, fue la excusa para la invitación. Ella aceptó, sin pensárselo dos veces, ambienté la estancia con música romántica, y coloqué unas velas en sitios estratégicos consiguiendo una penumbra iluminada que además nos protegería de los mosquitos. Apareció radiante, a los pocos minutos, con una bata estampada de flores rojas, si no recuerdo mal eran amapolas, yo me puse un batín que compré hacía años y que nunca tuve ocasión adecuada para estrenar y que permanecía dormido en un cajón del armario totalmente abandonado. Bebimos y degustamos la tortilla entre bromas y algunos asuntos de la comunidad de vecinos, al abrir la segunda botella y brindar y volver a brindar nos miramos a los ojos, el tiempo se detuvo en esa mirada larga, manteniéndola fija a nuestros propios ojos repletos de fuego; sentí un escalofrío y por que no decirlo, estaba nervioso, excitado, un mechón de pelo se le vino a los ojos, yo servicial y muy lentamente lo aparté al tiempo que ella me sujetó la mano y como un camino sin retorno nos acercamos para fundirnos en el beso interminable que aún hoy saboreo, dejamos que nuestras manos dieran rienda suelta a sus deseos y recorrieran nuestros cuerpos, al acariciar su pecho gimió haciéndome sentir un estremecimiento quebradizo por toda mi columna vertebral. Todo mi cuerpo se erizó. Seguí besándola como poseso y ella se entregó a mis caricias al igual que yo caía rendido a las suyas, al rozar mi entrepierna la respuesta sentimos inmediata, alzándose sin remedio ni condición, aquellos atributos masculinos que creía míos. Nos desnudamos rápidamente como si nos fuera la vida, hambre atrasada, quizás; en eso la cogí en brazos y la llevé hacia la cama, depositándola dulcemente, volviendo a los besos, a las caricias, aquella casa que había sido una prisión se convertía en las mil y una noche, en los jardines del edén, piel con piel nos quemábamos, de pronto dejó libre su túnel del amor y como un tren expreso sin estaciones entré embravecido y sintiéndome temblar, una vez más, un mar de sensaciones me embargaban, seguí frenético en el vaivén del amor, hasta llegar a una explosión sobrenatural, un orgasmo a dúo nos hizo gritar como animales en celo, sudorosos, permanecimos largo rato el uno en el otro, como si no pudiéramos separarnos, romper el aquelarre, aquel sortilegio que nos hizo gozar, alcanzar el Nirvana, nuestros cuerpos no dejaron de oler a sexo y a champú de manzana, el silencio nos abrazaba con fuerza. 



Sonreímos adormecidos y sincronizados nos encaminamos hacia la ducha y dejamos caer el agua enjabonándonos el uno al otro, qué decir, aquello volvió a excitarnos, levante su pierna derecha y bajo el chorro del agua volví a penetrarla otra vez, nuestros gritos rompieron el silencio, hicieron eco entre aquellas paredes que de pronto ya no me encerraban, eran cómplices de nuestra pasión desbordada, que hicieron que aquello se repitiera una y otra vez entre idas y venidas, de una casa a otra, sin importar demasiado en cual de ella amaneceríamos, éramos dueños de nuestros tiempos, a nadie teníamos que rendir cuentas.

       El confinamiento se convirtió en nuestro aliado y como dos anacoretas encantados, nos amábamos a cualquier hora del día o la noche, que más daba, bajábamos a comprar por separado pero nos besábamos en cada pasillo del súper donde nos encontrábamos, dejando descansar las mascarillas sobre la barbilla, nos prometimos que el primer día que se acabara este encierro maravilloso, saldríamos de la mano sin importarnos lo que dijeran el resto de nuestros vecinos, el resto del mundo, viviríamos entre los dos pisos como hasta ahora y quién sabe si en un futuro romperíamos un muro y fusionáramos la casa sin que ninguna pared nos vuelva a separe nunca más, pero eso está por ver, mientras que los demás aplaudían, gritaban vítores y ponían músicas reivindicativas, sentimentales, nosotros hacíamos el amor, uníamos nuestros gemidos, nuestros orgasmos al jubilo general parecía como si toda aquella celebración estallara, llegara al clímax con nosotros, como si gritáramos ¡viva el amor que nos aparta de la muerte!, mientras los demás se privaban de abrazos y de besos, nosotros damos rienda suelta a toda nuestras fantasías, dejó de existir la ropa para nosotros, quizás yo fuera Adán y ella de pronto Eva, comiéndonos la manzana prohibida, el pecado original entre su sexo y el mío, reyes del paraíso sin miedos ni penitencias, sin diablos ni dioses que nos pongan freno, donde las formas infinitas nos lleven a esta lucha sin tregua, cuerpo a cuerpo, como bárbaros, abandonándonos a nuestras ansias.

Antonio Ruiz Pascual





SEX consultorio "ALMA y CARNE confinada" 004, pregunta -Neptuno-

-Pescadero sin redes-

“Voy al grano. Gracias por su atención y ayuda.

                 Soy pescadero en un conocido mercado municipal de Madrid. Me levanto a las cinco de la mañana para ir a Mercamadrid, por consiguiente me suelo acostar a eso de las once de la noche o antes. Hasta aquí todo normal.

            Sucede, desde hace unos seis meses, a la vuelta del veraneo que disfrutamos en el apartamento que mi suegra tiene en Cullera, (todavía no habían establecido los cinturones de aislamiento entre pueblos, ciudades y mucho menos entre comunidades autónomas), que mi esposa me despierta bien pasada la media noche, cuando decide ir a la cama, y sin mediar palabra, me coloca una mascarilla quirúrgica en nariz y fauces, otra ella y empieza a magrearme hasta que me despierta obligándome a calmar su sed (felatio) y su hambre (penetración). Al principio me hacía gracia, pero, de un tiempo a esta parte me siento muy cansado y no puedo darla tanta dieta como implora. Al romperme el ciclo del sueño natural, despierto muerto de cansancio al sonar el despertador. Luego paso el día derrotado de café en café, chupito, otro cigarro y esto no es vida para las muchas horas que dura mi jornada laboral. 

            Estoy desconcertado, no sé de donde le han venido estas ganas, teniendo en cuenta que nosotros siempre hemos sido de los de -sábado, sabadete, camisa limpia y polvete-.

-¿Tendrá un amante que ahora con el confinamiento no puede atenderla y necesita colmar conmigo su furor sexual?

- ¿Estará viendo el canal porno de la televisión, una vez que yo me acuesto y llega a la cama con ganas de repetir lo visto en la pantalla?

- ¿Estoy haciéndome viejo?

- ¿Es normal que me obligue a mantener la mascarilla puesta hasta que, de tanto morrearnos, se humedezcan y se deshilachen consiguiendo, por fin, llegar al contacto húmedo y violento nuestras lenguas?

- ¿Será una forma de aislar mi aliento y así recordar de mejor manera el de otro?

- No entiendo nada. Ayúdenme, por favor.

 

Fdo.: Neptuno



R E S P U E S T A :

Estimado Neptuno.

No hace falta que te des a medias tintas, esto es un cuento corto y sé que lo sabes. Desde el primer día vengo advirtiendo a tu mujer, Carmen como mi difunta, que no se exceda en esfuerzos para disimular nuestros tropiezos. Me temo que tu consulta es una sutil o cobarde advertencia por la que comienzo a aconsejarte que dejes de ser un calzonazos y aceptes la situación sin remilgos, con los dos bien puestos. Pero, cómo has sabido lo de mi consultorio, no recuerdo habérselo contado a nadie del barrio, ni tan siquiera a “nuestra mujer”. Ella me asegura que no te ha confesado lo nuestro, tampoco yo le he dicho que me has escrito a la emisora. Mira, si te parece y creo que es lo más sensato, dejémoslo entre nosotros y, como dice la canción, organicémonos entre los tres. Te envío el enlace a estacanción de Aute, puede que te venga bien, solo hay una salvedad, yo no estoy enamorado de tu mujer, solo follamos y, por lo que me cuentas, también nos la está pegando con otro u otros. https://www.youtube.com/watch?v=kgNdRWn_AvE

Haz la vista gorda o mira hacia otro lado, aguanta los machos. No es buen momento para que cambies de montura, perderías a tu recadera y propietaria de la pescadería, lo que significaría quedarte sin curro y sin Erte. Además, también te quedarías en la puta calle, sabes que la vivienda está escriturada a su nombre, hablo por su boca, me dijo que la heredó de sus padres. ¿Quieres pensar en el dinero que tendrías que pasarle para los críos, el Jose, la Merce y el Raúl? Ahora que, con esto de la pandemia y con la miseria que planea por tejados, cimientos, congresos, senados y consistorios, puede que algún partido político te subvencione para que cuentes tus penas y culpes a los del otro costado.

Te dolerá lo que voy a decirte pero, a estas alturas, más vale que entre nosotros haya sinceridad. Entérate de que tú mismo has generado esta situación y de que tu mujer tiene más peligro que el Covid. Ella nos está corneando a los dos. ¡Carajo! Cuántos amantes tendrá, me has acojonado. Lo mismo, con esto de los asintomáticos y la falta de test, por su almejita está sirviendo a domicilio más virus que pescadilla. ¡Cason brena! Ahora que voy cayendo en la cuenta del peligro al que me he expuesto con ella, me estoy calentando y más le vale que no me haya pegado nada, ¡me la llevo con los pies por delante! Bien sabes que, hasta la promulgación del estado de alarma, yo bajaba a la compra. Lo mío, con Carmen, solo viene desde que comenzó la pandemia, fue cuando nuestra putita llegó para traerme el pedido. ¿Por qué no hiciste tú los repartos o contrataste a un mozo? ¿Tenías miedo a contagiarte con alguna clienta que, al recibir el pedido, no guardara las distancias de seguridad y preferiste que se la jugara Carmen, tu Carmen? ¡Rediós!

Mi enrolle con la guarra de tu parienta empezó un día en el que yo estaba en la ducha, sí, haciéndome uno de esos pajotes que el confinamiento ha ofrecido como arte contra el tedio, dicen que es el más sano ejercicio que se puede practicar para que el corazón no encoja y la próstata siga activa. El caso fue que, cuando ella llamó al timbre, yo llevaba un buen rato dándole que te pego y aguantando para no correrme, lo que se diría sin prisa y gozándola. Me había metido media Viagra y no era cuestión de malgastarla así como así. Ante la duda para decidirme si abrir o no, por si eras tú quién llamaba, opté por hacer un alto en el goce, salir de la ducha y ponerme el albornoz. Ya volvería a mis ejercicios cuando te largaras. Habrás escuchado lo que ocurre con la Viagra, una vez puesto en marcha, así como así no se te baja. Mi erección persistía cuando, al abrir la mirilla de la puerta, me llevé la sorpresa de ver a Carmen. Uf, menudo tirón que me dio la minga. Como hombre que eres comprenderás que, más que a tu mujer, solo vi una lengua que me la chupara y agujeros por dónde meter el rabo que me estallaba. Víctima de los mil y un demonios, aflojé el cinturón del albornoz para que, como si se debiera a un bochornoso casual, al recoger la compra se me abriera el albornoz e hiciera fuerza aquello de que más vale una imagen que mil palabras. Esto es lo que ahora imagino, como sueño del hombre de la gabardina. Pero aquel día, bendito día de confinamiento, el destino quiso que Carmen se agachara a recoger las rodajas de salmón, las truchas, calamares, mejillones yjusto en ese religioso momento en el que tu mujer se inclinó, en ese presunto sin querer mío y por ella no darse cuenta a tiempo o tal vez dándosela pero engañándome, la pescadera recadista se encontró con mi cipote golpeándole la barbilla, pasándole por los labios y deteniéndolo su nariz. Entonces, clavada por el asombro y sin saber bien qué hacer, mientras permaneció en aquella posición fui rápido tratando de arreglar el apuro para complicarlo aún más. Dejé que mi serpiente continuara insinuándose y confesé que, cuando ella llegó, yo me la estaba cascando. Añadí que, si no lo remediaba viniendo conmigo a la ducha, continuaría al cerrar la puerta y que estaba así por pensar en ella. A Carmen le faltó tiempo para, sonriendo, engancharse a lo que me sobresalía y comenzó a restregarse la verga por toda su cara. Ahí y sin más remedio, imagínate el resto. Bien conoces su fogosidad.

La fortuna quiso que mi vecina, ella siempre espía por la mirilla cuando alguien llama a mi puerta, presenciara la escena. Desde entonces y hasta ahora, también me la tiro a ella. Aquel mismo día, al marcharse tu mujer, la vecina llamó a mi puerta y yo, creyendo que sería la perra de Carmen por algo que habría olvidado, abrí en pelotas. Qué va, era la vecina ofreciéndome su menú carnal. Está separada y me propone que convenza a tu mujer para que hagamos un trío, Carmen no se decide aún. Así que los días que tu mujer se queda con las ganas porque yo haya pasado la noche con mi vecina, son los que se desfoga contigo. Tampoco sé quién se la estaría tirando antes de que empezara lo de la pandemia, ni los días que no soy yo. En esto voy tan ciego como tú.

Y a partir de ahora, en lo que a mí respecta, ya puedes estar tranquilo, prefiero conformarme con mi vecina. Ella si que es estricta cumpliendo con las normas de confinamiento, lo que me da más garantías que tu mujer. El que tu putita te ponga la mascarilla, me parece normal, yo también se la pongo a ella, salvo cuando me la chupa. Y no te tires faroles ni te hagas la víctima.  Carmen me habla de tus incapacidades con el tridente, creo que la más de veces te corres a la primera.

En fin, Carmen es mucha mujer. Deja que continúe atendiendo a domicilio y podrás descansar. Yo, después de lo que me cuentas, sin decirle más por qué, te prometo que no volveré a follármela, menuda. Puede que hasta tengas la suerte de que pille el virus, te deje viudo y te caiga la herencia, cada cual con lo que se merece, salvo que tú...

Joder. Ahora que te he dicho lo del trío que quiere hacer mi vecina, soy yo el que se queda con la mosca detrás de la oreja. Hay días que no folla conmigo porque me dice que está cansada. Hasta ahora, no había caído en la cuenta de que suele coincidir con las visitas que le hace la vecina del 5ºA. Sí, una jovencita de pelo cortito que tiene el marido muy posturitas, tanto que, para mí olfato de macho, el gachó pierde aceite por la culata, ¿me entiendes? ¡Cason brena!  A lo que voy. ¿No será que entre ellas...? Ay, por mi Dios que mañana me hago una PCR.

Ya me dirás si quieres continuar siendo mi pescadero aunque, mejor que no.

Lorenzo Rodríguez “Aborto Chipirón”.




SEX consultorio "ALMA y CARNE confinada" 003, pregunta: María.

Estimado señor Alonso Rodríguez:

Me dirijo a usted con la intención de que me asesore en un tema que me tiene muy intranquila y que produce cosquilleos que no entiendo. Tengo novio, Segismundo, desde hace 6 años. Es hijo del cura del pueblo -eso dicen las malas lenguas- y su madre es una santa pura y casta. Supongo que por su educación tan religiosa, le puedo decir que en nuestros 6 años de noviazgo tan solo me ha dado unos cuantos besos tan castos y puros como su madre. Yo creo que lo hace porque es su intención que los dos lleguemos vírgenes a nuestra noche de bodas, que será en el año 2024, Dios mediante. Pero el otro día estuve tomando el café con unas amigas y ellas cuentan maravillas de lo que hacen con sus novios o no novios. ¡Y les tengo una envidia! Le he dado a entender a Segis que no es necesario que me respete tanto y que yo haría por él el sacrificio de follar antes del matrimonio. Claro que no entendió nada o hizo que no entendía. Me gustaría ser más explícita, pero es que no tengo ni idea de qué hacer. Ni siquiera sé por dónde tiene que entrar eso, ni cómo manejarlo, cuánto tiene que durar...

Perdone mi ignorancia.

Por favor, pido su consejo para llegar a calmar esta intranquilidad que me produce un cosquilleo inexplicable.

Gracias





Apreciada oyente y amiga María, pasamos tu consulta a nuestro Coordinador del consultorio sexológico  ALMA Y CARNE CONFINADA,  Lorenzo Rodríguez que no, Alonso, haciéndole saber que estamos saturados de consultas, por lo que la pedimos unos días de paciencia para poder atender tus dudas y poder aconsejarle como te mereces.

Gracias por seguirnos.

Beso sus pies y mano quedando a su entera disposición.

 

Domingo Siesta

Departamento de Redacción.

sábado, 14 de noviembre de 2020

En el muro de Susana Cañil: consejo culi-nario

     Durante toda la pandemia Susana Cañil: Escritora y periodista. Elegante por fuera, canalla por dentro, romántica a ratos, siempre rebelde; nos ha regalado sus ¡Buenos días canallas! conjuntamente con un sin fin de meditaciones, consejos y vivencias.

     Para nuestro blog hemos elegido éste consejo médico-culinario.  GRACIAS, Susana.