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APORTACIONES de Creadores:

viernes, 20 de noviembre de 2020

"Puerta con Puerta", autor: Antonio Ruiz Pascual

      Ella era mi vecina de al lado, varias veces nos cruzamos en la escalera, en el super, junto al buzón de correos, nos dábamos educados los buenos días, las veces que más hemos hablado ha sido en las reuniones de vecinos, era una chica atractiva, bien formada y vestía bastante sexi,  pero con eso de tenerla al lado de casa nunca me interesó, los rollos cuanto más lejos y anónimos mejor, era todo un mecanismo de defensa, supongo que ella pensaría lo mismo, los dos de vez en cuando nos traíamos ligues, algo normal para sobrellevar la existencia del tiempo y habíamos escuchado tanto el uno como el otro nuestros escarceos amorosos a través de los tabiques,  así como escuchamos programas de televisión, música, paredes de papel se dicen donde la intimidad no existe, ella de pop antiguo me recordaba a mis guateques de adolescencia, mientras yo soy de jazz, Charlie Parker todo el día sonando, me fascina el saxo.

      En una ocasión ella me pidió un brik de leche, yo un día un paquete de harina, hasta ese momento esa era toda nuestra relación, llegó el confinamiento y salíamos juntos a aplaudir en reconocimiento a los sanitarios y otras profesiones que hacían posible subsistir a la peste por covid-19 que estábamos padeciendo, también coincidíamos, de vez en cuando, al echar un pitillo en la terraza, 

aunque los dos vivíamos solos se ve que no gustábamos de contaminar el aire de nuestra casa y empezamos a charlar más sobre la vida, la sociedad, los valores éticos, los partidos políticos y como no, sobre el confinamiento, los dos éramos de izquierdas, empezamos a intimar y resulta que nuestras conversaciones eran, cada semana, más asiduas, amenas e interesantes. La soledad hizo que empezáramos a buscarnos, a sentir la presencia el uno del otro a pesar de los tabiques. Una noche de luna y calor inmensos ella salió a fumar en ropa interior de encaje, yo lucía en calzoncillos, los dos demostramos madurez, nada de pudor y conversamos con la mayor naturalidad, la verdad es que yo la devoraba con la mirada y mis ojos, sin querer, aterrizaban una y otra vez sus generosos pechos y su pequeño sujetador que luchaba por abarcarlos, así estuvimos un rato largo hablando, mientras luchaba contra mis instintos más básicos que, cautivos bajo mi slip, comenzaron a revolucionarse. Cuando entre de nuevo al comedor de casa necesité una ducha fría y casualidad o no, sentí el agua caer desde la alcachofa de mi ya entrañable vecina. La imaginé debajo de su ducha, desnuda, mojada, con olor a piel y gel de manzana, que desde hacía unos minutos ya habían percibido mis fosas nasales. La escena volvió a repetirse varios días, las conversaciones cada día eran más largas y el deseo estaba, nunca mejor dicho, a flor de piel. Después del cigarrillo y la amena conversación y sus picaronas bromas, como si fuera una ceremonia consensuada los dos, nos duchábamos, no sé si a ella le pasaba lo mismo que a mí, pero intuía que nuestros actos estaban acompasados y los repetíamos con exactitud de relojero. Una noche, con el propósito de romper el hielo o mejor dicho de encender el fuego, la invité a pasar a casa y tomar un vino, aunque a tenor del calor que hacía lo convertimos en un tinto de verano. La excusa de que probara mi tortilla española, que aquella noche me salió deliciosa, fue la excusa para la invitación. Ella aceptó, sin pensárselo dos veces, ambienté la estancia con música romántica, y coloqué unas velas en sitios estratégicos consiguiendo una penumbra iluminada que además nos protegería de los mosquitos. Apareció radiante, a los pocos minutos, con una bata estampada de flores rojas, si no recuerdo mal eran amapolas, yo me puse un batín que compré hacía años y que nunca tuve ocasión adecuada para estrenar y que permanecía dormido en un cajón del armario totalmente abandonado. Bebimos y degustamos la tortilla entre bromas y algunos asuntos de la comunidad de vecinos, al abrir la segunda botella y brindar y volver a brindar nos miramos a los ojos, el tiempo se detuvo en esa mirada larga, manteniéndola fija a nuestros propios ojos repletos de fuego; sentí un escalofrío y por que no decirlo, estaba nervioso, excitado, un mechón de pelo se le vino a los ojos, yo servicial y muy lentamente lo aparté al tiempo que ella me sujetó la mano y como un camino sin retorno nos acercamos para fundirnos en el beso interminable que aún hoy saboreo, dejamos que nuestras manos dieran rienda suelta a sus deseos y recorrieran nuestros cuerpos, al acariciar su pecho gimió haciéndome sentir un estremecimiento quebradizo por toda mi columna vertebral. Todo mi cuerpo se erizó. Seguí besándola como poseso y ella se entregó a mis caricias al igual que yo caía rendido a las suyas, al rozar mi entrepierna la respuesta sentimos inmediata, alzándose sin remedio ni condición, aquellos atributos masculinos que creía míos. Nos desnudamos rápidamente como si nos fuera la vida, hambre atrasada, quizás; en eso la cogí en brazos y la llevé hacia la cama, depositándola dulcemente, volviendo a los besos, a las caricias, aquella casa que había sido una prisión se convertía en las mil y una noche, en los jardines del edén, piel con piel nos quemábamos, de pronto dejó libre su túnel del amor y como un tren expreso sin estaciones entré embravecido y sintiéndome temblar, una vez más, un mar de sensaciones me embargaban, seguí frenético en el vaivén del amor, hasta llegar a una explosión sobrenatural, un orgasmo a dúo nos hizo gritar como animales en celo, sudorosos, permanecimos largo rato el uno en el otro, como si no pudiéramos separarnos, romper el aquelarre, aquel sortilegio que nos hizo gozar, alcanzar el Nirvana, nuestros cuerpos no dejaron de oler a sexo y a champú de manzana, el silencio nos abrazaba con fuerza. 



Sonreímos adormecidos y sincronizados nos encaminamos hacia la ducha y dejamos caer el agua enjabonándonos el uno al otro, qué decir, aquello volvió a excitarnos, levante su pierna derecha y bajo el chorro del agua volví a penetrarla otra vez, nuestros gritos rompieron el silencio, hicieron eco entre aquellas paredes que de pronto ya no me encerraban, eran cómplices de nuestra pasión desbordada, que hicieron que aquello se repitiera una y otra vez entre idas y venidas, de una casa a otra, sin importar demasiado en cual de ella amaneceríamos, éramos dueños de nuestros tiempos, a nadie teníamos que rendir cuentas.

       El confinamiento se convirtió en nuestro aliado y como dos anacoretas encantados, nos amábamos a cualquier hora del día o la noche, que más daba, bajábamos a comprar por separado pero nos besábamos en cada pasillo del súper donde nos encontrábamos, dejando descansar las mascarillas sobre la barbilla, nos prometimos que el primer día que se acabara este encierro maravilloso, saldríamos de la mano sin importarnos lo que dijeran el resto de nuestros vecinos, el resto del mundo, viviríamos entre los dos pisos como hasta ahora y quién sabe si en un futuro romperíamos un muro y fusionáramos la casa sin que ninguna pared nos vuelva a separe nunca más, pero eso está por ver, mientras que los demás aplaudían, gritaban vítores y ponían músicas reivindicativas, sentimentales, nosotros hacíamos el amor, uníamos nuestros gemidos, nuestros orgasmos al jubilo general parecía como si toda aquella celebración estallara, llegara al clímax con nosotros, como si gritáramos ¡viva el amor que nos aparta de la muerte!, mientras los demás se privaban de abrazos y de besos, nosotros damos rienda suelta a toda nuestras fantasías, dejó de existir la ropa para nosotros, quizás yo fuera Adán y ella de pronto Eva, comiéndonos la manzana prohibida, el pecado original entre su sexo y el mío, reyes del paraíso sin miedos ni penitencias, sin diablos ni dioses que nos pongan freno, donde las formas infinitas nos lleven a esta lucha sin tregua, cuerpo a cuerpo, como bárbaros, abandonándonos a nuestras ansias.

Antonio Ruiz Pascual





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