Cada noche ella llegaba a su refugio de aislamiento pandémico, sin darle siquiera un beso, se metía rápidamente en la ducha temerosa de llevar el SARS en los zapatos, en la ropa, en el pelo y, sólo tras su estricto protocolo, se atrevía a abrazarle.
Él, también sanitario, la recogía tranquilo, sosegado,
devolviéndola a la calma.
Y así se quedaban dormidos, acurrucados, refugiados el uno en el otro, intentando parar la mente viendo aquellas películas y series para evadirse; hasta que se daban cuenta de que los equipos de protección individual utilizados en la fantasía eran mucho mejores que los penosos y a veces, incluso, ausentes EPIs que a ella le proporcionaban para trabajar en la zona covid del hospital...
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