Lucifer se había levantado con cajas destempladas.
Antes del desayuno habitual, en el que
siempre caía alguna gorgona (las pobre intentaban salir siempre a “trabajar”
antes de que él hiciera su estelar aparición en el salón del trono), y su baño
de lava ardiente, ya había hecho explotar a nos cuantos siervos inferiores y
abrasado, entre alaridos, sin “juicio” previo, a varias almas descarriadas.
El confinamiento producido en el mundo
por ese extraño virus, COVID-19, del que los humanos hablaban estremecidos –y
que nada tenía que ver con sus maquinaciones en el averno- había hecho
descender bruscamente las previsiones de almas en llegada, incluso en “depósito”, poniendo en grave
peligro el halagüeño presupuesto aprobado a finales del año anterior, con el
que los resultados de su gestión para este, se prometían felices. Si las cosas
no mejoraban, a estas alturas del año, serían el hazmerreir de los cielos e
incluso él, perdería la apuesta con Dios, que hacían cada inicio de año… por
primera vez en siglos no quedarían en “tablas” o sería el ganador.
Así pues, tras el baño, debidamente
acicalado con sus más acres ungüentos, reunió a los príncipes del infierno en
la sala de reuniones. Allí, estaban todos. Él y los 6 grandes demonios,
representantes de los 7 pecados capitales… y, entre ellos, destacando
especialmente, Asmodeo, en su escamosa piel… ¡El Señor de la Lujuria!
Satán arremetió contra todo y todos,
culpándolos de la situación, sin atender a la queja generalizada de que,
prácticamente, ningún ser humano salía a la calle. Sólo lo hacían los que,
obligatoriamente, debían trabajar para los demás, y así era complicado penetrar
en sus conciencias o e sus almas, sin estar a menos de un metro de ellos… ¡Era
muy difícil, si no imposible, hacerles pecar! No es que no hubiese malas
personas en las casas, que las había (desde psicópatas y ladrones, hasta
envidiosos y maltratadores), pero, en esta situación, no eran fáciles de
alcanzar de alcanzar. Sucedía lo mismo en cada una de las divisiones que gobernaban.
Satanás se dirigió directamente a
Asmodeo, que fingió una sumisión que no sentía (si se despistase un poco le
destronaría sin pensárselo). A él, uno
de los tres grandes príncipes, junto con Aamón y Leviatán… Y con su ronca e
intimidadora voz, interrogó,
- - ¿Qué hay de tu
área, Asmodeo? Es una de nuestras bazas más sensibles, pero debería ser segura…
y sencilla… Todos esos estúpidos humanos aman y gozan del placer y el deseo…
- - Mi señor, están
encerrados en sus casas, la mayoría solos, o con sus mascotas…
- - …¡Uhm!.. Eso debería ser una fortaleza…
- - …Se cansan entre sí, mi Rey, incluso de sí mismos. Asesinan el tiempo al acompañarse unos a otros y, si uno de ambos fuerza o violenta al otro… Acaban por salirse de mis competencias… Pero confía en mí, ¡Oh Satán! No te arrepentirás
- - Así lo espero por
vuestro bien… -En el ojo de Lucifer destelló un brillo de maldad y placer. Se
relamió.
A pesar de todas las diferencias y
problemas planteados, entre todos, consiguieron perfilar una estrategia y
dieron por terminada la reunión… Y, con las mismas, cada uno, con sus mañas y
poderes, excepto el gran Señor, Lucifer, que bastante tenía con ejercer la
soberbia y mantenerla viva en todos y cada uno de ellos, salieron al mundo de
los humanos con sus enredos, triquiñuelas, disfraces y artimañas.
En las calles, nadie…
Lilia, amaneció algo alicaída.
Sobrellevaba bien el confinamiento. Charlaba con su gatita, teletrabajaba y
mantenía contacto habitual con su familia y amigos. Todos los días preguntaba a
su gente sobre su salud y enviaba chascarrillos para mantenerlos en buen
talante. Si alguien decaía, intentaba darle conversación animada y poner en
evidencia la ventaja de estar sanos y tener el amor y el contacto de los suyos.
Pero justo hoy, estaba un poquito de bajón, se preguntaba que, si esta pandemia
se alargaba y la vida se convertía sólo en estar encerrados, aislados unos de
otros, no poder estar frente a frente con nuestra gente, verles la cara
físicamente al hablar, y pasear tranquilos y abrazarnos y tocarnos… valdría la
pena.
Sacudió la cabeza, “¡Olvídalo... Estás
sana y todos los tuyos también!”, y se metió en la ducha. Encima, hoy, le
tocaba a ella trabajo presencial en el Juzgado. Bueno, al menos, “olería” las
calles… ¡Era una buena persona! y se preocupaba e intentaba ayudar a todos y no
dañar a nadie, ni aprovecharse de su superioridad.
Asmodeo eligió su aspecto sierpe para
esta gestión en la superficie. Se transformó en un pequeñísimo, casi invisible,
cuélebre. Podría disimularse en cualquier resquicio o rendija. En cualquier
surco… y esperar el momento oportuno…
Llevaba meses observando a Lilia. Tan
buena chica, con su manera de preocuparse por los otros. Le producía un inmenso
placer plantearse tentarla y era todo un reto profesional conseguir resultados
y hacerla caer. Suponía una gran oportunidad y una presa casi segura, ya que
llevaba nueve meses sin una relación sexual, desde su última ruptura, pocos
meses antes del confinamiento.
Así que, se introdujo por debajo de la
puerta de la casa y se instaló cómodamente en la costura del cuello del suave
jersey de angorina que Lilia había dejado sobre la cama para vestirse.
Lilia salió del baño, secándose el corto
cabello con una toalla. Cogió una taza de café recién hecho y se fue a la
habitación, apurando un sorbo y dejándola sobre la mesita de noche. Dejó caer
el albornoz, que resbaló erizando su piel, hasta el suelo y comenzó a vestirse.
Sus movimientos eran delicados y dulces, le gustaba pasar un rato agradable y
tranquilo en casa tras levantarse, así que madrugaba lo suficiente para tomarse
su tiempo.
Asmodeo la miró desde su cómoda costura…
Desnuda. Tenía unas proporciones más que deseables y sintió la excitación de su
parte masculina más humana, revolviéndose desde sus ijares… ¡Uff! Le recordaba
tanto a otra Li, como él solía llamarla. Lilith, que se había plegado de buen
grado a todos los juegos que a él se le habían ocurrido, desde allende los
siglos.
Ella, ajena a la vigilancia a la que era sometida. Siguió. Escogió una braguita, casi tanga, de algodón, muy cómoda, pero no por ello menos atractiva. Sentada en la cama, la puso en sus tobillos y la subió hasta sus caderas… Asmodeo salivó, desde la costura, casi sin poder contenerse… En otras circunstancias se hubiera manifestado en su esplendor de bestia infernal, con su masculinidad enorme y la hubiera tomado, ya fuera a la fuerza… ¡Oooooh!... su pequeño disfraz casi a punto de estallar… Pero no, eso no podía ser, necesitaba su alma… Ya se encargaría después de mantenerla enganchada hasta que llegase el momento de la entrega.
Lilia, con su ropa interior puesta y el
suave brassier, recogió el agradable jersey de angorina y puso las mangas en sus
antebrazos para meterlo por su cabeza, ya casi seca. ¡Era el momento!...
Asmodeo reptó de la costura por el cuello de Lilia y se coló por el agujero de
su oído izquierdo. Le envolvió el calor de la hembra humana, del interior de su
organismo, y se esponjó encantado. Rápidamente se dirigió a los conductos de su
nariz y, de allí, a la garganta. Podía empezar a trabajar, el propio cerebro
era accesible desde donde se encontraba.
Lilia sintió una ligera picazón en el
cuello, se rascó (casi le pilla…) y notó una especie de descarga… ¡Aaaahhhggg!,
¡qué calor!... De repente sintió como la invadía una ola de lascivia y empezó a
sentirse húmeda. ¿Qué estaba pasando?... ¡Ah, claro!, la pandemia había
comenzado cuando hacía sólo seis meses que había roto su relación, llevaba
nueve meses sin tener sexo. Había habido algún que otro escarceo pero nada que
la hiciese temblar. Eso debía de ser. De pronto notaba como su cuerpo se
revolvía y exhalaba deseo. Un deseo irrefrenable. Se acordó, tres noches atrás
había cenado con un “amigo” que le gustaba. El había intentado todos sus
argumentos, buscado los recovecos, pero ella se resistió, aunque se puso a tope.
Sólo se habían visto dos veces. Pero ahora el recuerdo le enardecía…. le
satisfacía.
Lilia, se planteó perder un ratito
consigo misma, ¡Total, sólo se había puesto el jersey! Era fácil. Se miró hacia
mas abajo y vio sus piernas desnudas y entonces, sin saber muy bien cómo, se
imaginó al amigo subiendo por ellas desde sus tobillos..., beso a beso,
lamiendo la corva de sus rodillas, arañando sus muslos con desenfreno… Como de
soslayo, pensó en la mascarilla de él, cayendo de su boca para hundir su cara
entre sus muslos. Incluso notó su aliento caliente erizando su pubis y
enervando su clítoris… Se dejó caer de espaldas sobre la cama y llevó la mano a
su entrepierna.
Experta en sí misma, pellizcó suavemente
sus labios menores y hurgó hasta hallar aquel botoncito rosado que tanto le
divertía, lo acarició con pequeños golpecitos y le pareció que se iba a desmayar
de placer…. Mientras, con la otra mano rebuscaba frenéticamente en el cajón
abierto de la mesita de noche, con absoluto delirio e impaciencia, el vibrador
que guardaba en el mismo.
Asmodeo, bien instalado en la garganta
de Lilia, movía los hilos, le susurraba deseos y reventaba él mismo a cada
espasmo de ella… Le ordenó mirar sus piernas desnudas y se relamió de gusto.
Notó como Lilia se encharcaba, como si fuera él mismo, como si la tocase sin
inducirla… ¡De momento, llegaría tarde al trabajo!
Fue entonces cuando observó al
microscópico ser. Una pequeña, mínima bolita que parecía cubierta de tachuelas.
Y se movía, estaba viva. Asmodeo nunca había visto algo así… Pero, ¿quién
sabía? Si “jugaba” con aquel ser
contenido en el cuerpo de Lilia, la volvería loca de lujuria, de deseo, con sus
propias invenciones. Ella no podría controlarse en todo el día. Todo le daría
igual… las cosas y las personas. No apreciaba ningún riesgo para sí en ello,
así pues, se acercó al pequeño ser que parecía ajeno a su presencia y empezó a restregarse contra él
sintiendo como se inflamaba todo su sistema límbico. Fue como estallar en
luminaria, envolverse en un calor abrasador e incontenible, buscó algún
orificio para penetrarlo, y encontró una ínfima fisura en la gónada… No dudó en
introducirse en ella.
Lilia, jadeaba de intensidad y placer
sin poder contenerse, preguntándose a sí misma cómo había llegado hasta ahí.
Con el vibrador en la mano rozó su clítoris y creyó que iba a explotar.
Extasiada, fue bajando poco a poco hacia el orificio de su vagina, embadurnada
en un mar de desenfreno… Se entretuvo subiendo de nuevo mientras mordía sus
labios ávidamente hasta casi sangrar y pellizcaba sus pezones, fuera del
brassier, con el jersey recogido hasta el cuello.
Tuvo varios orgasmos ya antes de situar
el “pene” mecánico en la pequeña boca, abierta como una flor que se deshojaba
entre sus piernas, completamente lubricada y lo introdujo dentro de sí a media potencia…
No tenía prisa (¡O eso creía!)… y quería darse su tiempo. En un éxtasis
incontrolable, gemía y gritaba sin ningún pudor por la temprana hora de la mañana
o de lo que pudieran imaginar sus vecinos… Es más, no existían…
Asmodeo coleó dentro de la mullida
bolita que se agitó con un sesgo nervioso y despidió una llovizna aerosolada e
intermitente hacia él… Se retorció de placer, oyó unos gritos ahogados en al
lejanía, en el exterior, y una explosión de colores se repitió varias veces,
haciéndose más vívidos con cada envite y contracción del cuerpo de Lilia.., el
olor de la lujuria invadía el presente por completo ¡Toda la lava y las brasas
del infierno se habían hecho presentes!... De repente, se sintió expelido hacia
el exterior del organismo, como si se desplazara en un mar de fluidos
abrasantes… ¡Nunca había percibido nada igual!... Lilia era un tesoro recóndito
y aún le quedaba mucho por descubrir en ella. Una especie de torbellino le
absorbió haciéndole perder el sentido del momento… A él, a Asmodeo, engullido
en un terremoto de sensaciones irreverentes…
… Lilia, con el vibrador ahora a máxima
potencia, estalló toda en un alarido insostenible, mientras los matices, los
efectos y el despertar de sus sentidos batían su cuerpo como un mar
embravecido. ¡Nunca… jamás… había alcanzado un orgasmo como aquel!, con tanto
lujo de matices, como si su cerebro estuviera poseído. Temblando como una hoja
al vaivén del viento, sacó el vibrador de su interior y se acurrucó en la cama,
encogiendo las piernas para evitar que el efecto se desvaneciera deprisa… luego
entró en un letargo sublime…
Asmodeo se deslizó fuera de ella por la
boca entreabierta y susurrante, los ojos cerrados, dejándose caer por es
sobreesfuerzo, y se quedó allí descansando junto a su labio inferior,
observándola con sudorosa complacencia. Tenía que saber qué clase de ser era
aquel que podía encontrarse dentro de los humanos y generar aquellas profundas
y febriles impresiones. Ya lo investigaría…
Lilia se espabiló… Las 8,40 lucían como locas en el despertador luminoso sobre la mesilla. Tenía que salir disparada.
Fue al baño, se lavó precipitadamente, aún con la sensación de los espasmos en
su piel y sus genitales, y sonrió maliciosa… ¡No podía parar! Hoy se quedaría
trabajando hasta tarde. Esperaría en el despacho a que llegase el limpiador.
Aquel morenazo imponente al que siempre miraba distraída. Hoy se lo iba a
tirar… ¡Y que no se resistiera! (sabía que él tenía pareja, habían hablado
amablemente muchas veces)… Y si lo hacía, si no la complacía como ella quería, aprovecharía
su posición de poder y le amenazaría con denunciarle por acoso e intento de abuso
hasta que le despidieran… Cuando subió a su coche una mueca diabólica y una
sonrisa concupiscente adornaron su rostro para no desaparecer en todo el día…
Cuando Lilia salió de casa, Asmodeo se
hizo presente. Estaba complacido, y aprovechó, aún otra vez, para masturbar su
brutal órgano con el albornoz olvidado sobre la cama, recordando la desnudez de
ella y todas las sensaciones percibidas. Su gemido fue diabólico y salvaje.
Estaba pletórico. No soltaría esta presa de ninguna manera. Luego, entre
vapores azufrados, regresó al infierno para rendir cuentas y un preciso informe
sobre sus gestiones a Lucifer. Este se mostró muy, muy satisfecho.
… Dos días más tarde, Lilia tuvo fiebre,
empezó a toser. Se había contagiado de Coronavirus. A pesar de todo, era una
mujer sana y previsora, así que, aunque lo pasó muy mal, lo superó. Diez días
jodidos, completamente aislada, con muchos dolores y fiebre y un par de visitas
a urgencias con un asma incipiente, que la obligó a requerir varias horas de
respirador cada vez. Pasado lo peor y, por fin, negativa en la PCR, otros
catorce días más de confinamiento absoluto, en prevención, por sí misma y por
los demás (ni siquiera se acordó del amigo, con el que había cenado ya
infectada, o pensó en el limpiador del juzgado, que, a regañadientes y
acorralado, se había resistido hasta que no pudo aguantar más su lascivo oleaje).
… Cuatro días más tarde, se revolvió el
infierno. Asmodeo comenzó a tener extraños síntomas, como nunca jamás se habían
visto en el averno. Tenía un frío continuo y no cogía temperatura, temblaba y
eructaba unos extraños vapores sulfurosos que expulsaba intermitentemente como
cerúleas nubecitas y esputaba un fluido verdinoso que asqueaba incluso a los
más avezados moradores… Pocos días después, Lucifer tuvo los mismos síntomas y
problemas… y un par de semanas más tarde, el 80% de los seres infernales
sufrían el mismo mal…
¡Si Asmodeo no hubiera sido inmortal,
hubiera pensado que se moría!
… Igual que vino, el mal, se fue.
Algunos opinaron que gracias a las altas temperaturas, las lavativas sulfurosas
y las gárgaras de halógeno y helio. Los baños de lava ardiente hicieron
milagros infernales. Los más “jóvenes”, resistieron mejor.
Lucifer, en su soberbia, se rodeó de
todos aquellos de los que pudiera aprovecharse hasta sanar, obligándoles a
cubrirse con sus mantos llameantes de la cabeza a los pies, mientras le
atendían, negándose él a hacerlo, sin embargo, cuando alguien debía postrarse a
sus pies para darle cuenta o atenderle.
Han pasado tres meses… Asmodeo no ha
podido aún incorporarse a su mandato, retomar sus obligaciones y volver a sus
lúbricas funciones. Su exposición fue de lo más directa (¡je, je, je!..) ¡Qué
gran golpe para la gestión e implementación de la economía infernal!
Hétera
No hay comentarios:
Publicar un comentario