Hola a tod@s, amig@s de milyunanochesconfinadas,
Una vez más,
Hétera, con vosotros para contaros alguna cosita buena… ¡Uuuuhhhhmmmm!.
Hoy me ha molestado la pesada de mi “alter ego”, Rosa Berlanga, empeñada en que la enchufe para aparecer en nuestro
blog.
Es tan simple. Una mojigata que no se come una rosca y, por eso,
intento darle largas, pero en fin… ¡Qué
penina me da!, en su nombre voy a haceros una recomendacioncita y a
contaros un par de pequeños episodios. Ambos se encuentran en un libro
entretenido y pintoresco titulado “Amor en cuatro Letras” de Niall Williams… ¡Aaaahhhh, ya sabéis
cómo son estos irlandeses! Al parecer ha sido uno de sus entretenimientos en lo
que va de confinamiento, y los dos pequeños textos se relacionan con personas
encerradas, perfectamente integradas en nuestra actual situación, aunque sea
con un poquitín de ayuda.
Ahí os va, UNO,
“Maire Mor, se había roto una pierna. Con más motivo, por ello,
convenía que se mantuviera en su habitación y de paso evitara, así, cualquier
contacto con el virus.
Cada noche oía desde allí los gemidos y lamentos de su hijo y de su esposa, casi recién casados y que, de momento, vivían en su casa. Su nuera le atendía cada mañana, con su mascarilla y sus guantes, y veía su ojos distraídos y somnolientos, cargados de deseo satisfecho… Maire Mor comía dátiles tumbada en su cama… ¡Los dátiles la volvían loca!...
Una vez, siendo jovencita, un marinero le había dejado comer un dátil de sus labios. Era la fruta prohibida, le dijo, persiguiendo el dátil con la lengua por toda su boca y haciendo que los dos rodaran por el suelo, entre forcejeos y risas. Desde entonces, para ella los dátiles sabían a sexo. Tenían algo especial; no obstante, mientras estuvo casada con el padre de su hijo, sólo los comió en contadas ocasiones: eran dátiles que tenían fecha: la del día que los había comido y, a los nueve meses, la del nacimiento de cada uno de sus hijos.
- Mi hijo está enamorado – siseaba al aire enrarecido, sonriendo
burlonamente ante la ridícula idea y escupiendo trozos de dátil a arpías
invisibles. Les oía hablar abajo, se despertaba si se reían, se metía en la
boca varios dátiles más mientras su imaginación escapaba escaleras abajo movida
por la lascivia, y creía verlos hacer el amor en el suelo…. Así Maire Mor, se
paseaba los dátiles por la boca, saboreando su dulzura como si fuera vino…”
Y, DOS,
“Nicholas se encontraba encerrado en su habitación, consumido por la fiebre y el delirio. Hacía una semana, que Isabel había muerto enreda en el virus cruel que no perdona, dejándole ya con el estigma del contagio. Tres días más tarde comenzó su calvario. A pesar de la muerte de su hija, Margaret intentaba que nunca se quedase sólo en la casa. Cuando Nicholas llamaba a Isabel, entre gemidos, a riesgo de despertar al resto de la familia, era ella la que se levantaba con sigilo e iba a apaciguar al enfermo que estaba de pie, desnudo, en medio de la habitación, tambaleante, sosteniendo con la mano una erección colosal a la luz de la media luna,
con los ojos cerrados, besando y pellizcando con los labios los pezones
de una etérea Isabel, consolándole en susurros desde la puerta, … Sólo se podía esperar, a que el
sanara de cuerpo y, luego, que el enemigo
del amor es el tiempo, que el mundo pone arrugas en los sueños antes que en la
piel, y que cuando no pasa nada, cuando no hay presencia ni caricia, la pasión
se extingue.”
* * *
Pues ahí os quedan. Disfrutadlos en la soledad de vuestros mundos, sea
acompañada o no, con la boca llena de dátiles y vuestros manos en… ¡Ay vuestras
manos!.. llenas de aquello que mejor os encaje en las mismas. ¡Por aquí nos vemos!
Hétera