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APORTACIONES de Creadores:

domingo, 4 de abril de 2021

Hola a tod@s, amig@s de milyunanochesconfinadas,

Una vez más, Hétera, con vosotros para contaros alguna cosita buena… ¡Uuuuhhhhmmmm!.

Hoy me ha molestado la pesada de mi “alter ego”, Rosa Berlanga, empeñada en que la enchufe para aparecer en nuestro blog.

Es tan simple. Una mojigata que no se come una rosca y, por eso, intento darle largas, pero en fin… ¡Qué penina me da!, en su nombre voy a haceros una recomendacioncita y a contaros un par de pequeños episodios. Ambos se encuentran en un libro entretenido y pintoresco titulado “Amor en cuatro Letras” de Niall Williams… ¡Aaaahhhh, ya sabéis cómo son estos irlandeses! Al parecer ha sido uno de sus entretenimientos en lo que va de confinamiento, y los dos pequeños textos se relacionan con personas encerradas, perfectamente integradas en nuestra actual situación, aunque sea con un poquitín de ayuda.

Ahí os va, UNO,

“Maire Mor, se había roto una pierna. Con más motivo, por ello, convenía que se mantuviera en su habitación y de paso evitara, así, cualquier contacto con el virus.

Cada noche oía desde allí los gemidos y lamentos de su hijo y de su esposa, casi recién casados y que, de momento, vivían en su casa. Su nuera le atendía cada mañana, con su mascarilla y sus guantes, y veía su ojos distraídos y somnolientos, cargados de deseo satisfecho… Maire Mor comía dátiles tumbada en su cama… ¡Los dátiles la volvían loca!...

Una vez, siendo jovencita, un marinero le había dejado comer un dátil de sus labios. Era la fruta prohibida, le dijo, persiguiendo el dátil con la lengua por toda su boca y haciendo que los dos rodaran por el suelo, entre forcejeos y risas. Desde entonces, para ella los dátiles sabían a sexo. Tenían algo especial; no obstante, mientras estuvo casada con el padre de su hijo, sólo los comió en contadas ocasiones: eran dátiles que tenían fecha: la del día que los había comido y, a los nueve meses, la del nacimiento de cada uno de sus hijos.

Mi hijo está enamorado – siseaba al aire enrarecido, sonriendo burlonamente ante la ridícula idea y escupiendo trozos de dátil a arpías invisibles. Les oía hablar abajo, se despertaba si se reían, se metía en la boca varios dátiles más mientras su imaginación escapaba escaleras abajo movida por la lascivia, y creía verlos hacer el amor en el suelo…. Así Maire Mor, se paseaba los dátiles por la boca, saboreando su dulzura como si fuera vino…

Y, DOS,

“Nicholas se encontraba encerrado en su habitación, consumido por la fiebre y el delirio. Hacía una semana, que Isabel había muerto enreda en el virus cruel que no perdona, dejándole ya con el estigma del contagio. Tres días más tarde comenzó su calvario. A pesar de la muerte de su hija, Margaret intentaba que nunca se quedase sólo en la casa. Cuando Nicholas llamaba a Isabel, entre gemidos, a riesgo de despertar al resto de la familia, era ella la que se levantaba con sigilo e iba a apaciguar al enfermo que estaba de pie, desnudo, en medio de la habitación, tambaleante, sosteniendo con la mano una erección colosal a la luz de la media luna, 


con los ojos cerrados, besando y pellizcando con los labios los pezones de una etérea Isabel, consolándole en susurros desde la puerta, … Sólo se podía esperar, a que el sanara de cuerpo y, luego, que el enemigo del amor es el tiempo, que el mundo pone arrugas en los sueños antes que en la piel, y que cuando no pasa nada, cuando no hay presencia ni caricia, la pasión se extingue.”

* * *

Pues ahí os quedan. Disfrutadlos en la soledad de vuestros mundos, sea acompañada o no, con la boca llena de dátiles y vuestros manos en… ¡Ay vuestras manos!.. llenas de aquello que mejor os encaje en las mismas. ¡Por aquí nos vemos!

                                                                                                                                                            

Hétera

Diario del confinamiento, 2 de abril de 2020, Autora: Hétera

 Hoy hacemos un nuevo contacto.

Desde el día en que nos “conocimos” a través de la página, hemos chateado a diario. Incluso varias veces algunos días. Me vuelve loca, me obsesiona desde el primer momento. Cada palabra que sale de sus labios es un rumor vergonzoso que me eriza la piel y me hace arder en llamas.

Ya suena la llamada, y he abierto la página…

- “¿Has pensado lo que te dije, ayer., ¿Nos vemos?..”

Digo “”, mientras atestiguo con un movimiento de cabeza. Ya tengo encendida mi webcam, y veo su rostro, su torso desnudo, como el mío, no me hace falta más, sólo la vibración de su voz en un susurro.

- “¡Sigue mi dedo! y haz lo que te digo… ¡Ahora!

La instrucción entra en mi cabeza como un cántico subyugante. Levanta el dedo índice mientras su penetrante mirada perfora mis ojos, mi garganta, mis senos… Y dirige su dedo a la pantalla, mientras desbroza órdenes seguras que llevan mi propia mano hacia mí cuerpo.., mientras voy a su encuentro… El encuentro…”






miércoles, 24 de marzo de 2021

"Jaque entre Damas", autor: Henry Marfrafe

 

            Elisa tardó en encontrar un pseudónimo que la convenciera, terminó eligiendo un nombre de usaría muy de moda entre las niñas de corta edad, Frozen. Princesa rubia, como ella, que además de popularizarse gracias a la factoría Disney traía intrínseca similitudes con la reina de las nieves de Hans Christian Andersen, autor que no hacía mucho tiempo había releído.  Elisa, además de una entusiasta del Ajedrez, era una gran lectora, una devoradora de libros, mejor dicho.

            Fabiola, desde su Perú natal, adquirió el amor al Ajedrez por su abuelo Ricardo y las partidas que a cada atardecer la enfrentaban a la paciencia y sabiduría de su abuelo. Precisamente el no solo la enseñó a mover las piezas, cuando niña, también, a medida que iba creciendo, le mostró diferentes estrategias establecidas y de uso normal entre consabidos jugadores: enroque, gambito de dama, salida siciliana. También curiosidades históricas algo más rebuscadas, como la transexualidad que adquiere el peón que atraviesa, pasito a pasito, todo el tablero y llega a convertirse en Reina-Dama. La refirió los inicios asiáticos y orientales del juego de las sesenta y cuatro casillas en tablero cuadrado. Es atribuido a los españoles la incorporación de la figura de la Reina-Dama al juego para dar agasajo y subordinación a su Reina Isabel II la voraz y androfílica. Así, la nueva figura, además de lucir la más alta del tablero podría moverse, por el, a su auténtico antojo a su real apetencia, de adelante a atrás, en diagonal sin limitaciones de casillas, todos unos privilegios que musulmanes y asiáticos no hubieran consentido a ninguna fémina 


    Elisa buscó contrincante sobre una universal y fantasiosa lista de usuari@s para iniciar, on line, algo nuevo para ella. En aquella plataforma de juegos vía internet, tenía muchos seguidores el Chess Strip tease, una modalidad picantona de Ajedrez que consistía jugar ajedrez y desprenderse, frente a la cámara del ordenador, de prendas de vestir al perder alguna ficha fuera de los peones. Tras dos meses de confinamiento, soledad y aburrimiento cotidiano por culpa de la pandemia mundial por un bichito bautizado como covid 19, le apeteció salir de la monotonía y poner algo de picante sobre los treinta y dos personajes que formaban sobre el cuadriculado y virtual tablero. Sus dieciséis guerreros (piezas) defenderían su pudor e integridad textil y en el peor de los casos llegaría al desnudo completo con el temido jaque mate que le  ofrecería su contrincant@.

 Elisa, léase Frozen, en la partida de Chess Strip tease, la princesa rubia como ella, se detuvo en Fabiola que, para los envites guerreros del ajedrez, se hacía conocer como Lara Croff. Prefería una adversaria morena, latina, por aquello del contraste entre sus colores de piel. Una vez sombreadas las modalidades de juego:  nivel 2/4 (iniciación-pro) / Spanish language / Game without sound / other player: Lara Croff, respiró lentamente como si de unas trascendentes decisiones vitales se hubiera liberado. Fabiola tardó cerca de un minuto en aceptar la partida. En ese momento las pantallas de sus ordenadores se dividieron en tres cuadrados, uno, el tablero virtual y otros dos para cada una de sus vídeo cámaras de ordenador, donde podrían verse pero no se comunicarían vía conversación de chat que ofrecía el propio juego, incluso Elisa (Princesa Frozen) y Fabiola (Lara Croff) contemplarían sus pliegues de piel mas oculta a medida que la partida tomara forma e importancia.

Tras una sonrisa, un movimiento alborotado de las manos y el magnetismo de sus miradas durante un instante, que pareció una eternidad, comenzó la partida; a Frozen le fue asignado el ejército blanco, por ser la buscadora de partida. 

      

    Habían leído las reglas y se confesaron mutuamente que era su primera partida de Chess Strep Tease, esta modalidad es idéntica al ajedrez clásico, solo se diferencia en el pago (desprenderse de una prenda de ropa) cada vez que el contrincante “come” una pieza importante ajena: torres, alfiles, caballos, dama y el jaque mate que obliga al desnudo total del vencido. Los humildes peones, son ignorados en tales situaciones. 

La atracción fue mutua, desde el primer momento y del flechazo de sus miradas pasaron, rápidamente, a examinarse rostro, pelo, hombros, escote, los gestos de sus bocas, manos, que era cuanto las videocámaras mostraban de la contrincante.

-Qué rubia eres, Frozen (tecleó Lara Crof)

-Somos cara y cruz de la misma moneda, tu tez tan tostada, tan matizada, pareces esculpida en madera de teka.

-Por fin estar frente a alguien sin mascarilla y casi a dos palmos de distancia.

            Nerviosas, iniciaron el juego. Elisa-Frozen eligió un peón 4-rey. Fabiola-Lara eligió replicar el movimiento. A los veinte minutos de partida y tras un inocente intercambio de peon@s cayeron en la cuenta que el tiempo que transcurría, entre un movimiento y el contrario, no era empleado en pensar estrategias para sus figuras, sino que era un suave transcurrir en una contemplación enamorada que imantaba y compartían las jugadoras.

             Una inteligente emboscada al alfil-reina de Fabiola obligó, a ésta, a desprenderse de la primera prenda.

            -Imagino que con otr@s jugadores hubiera comenzado por los calcetines, el cinturón o hasta los pendientes (como me había sugerido un experto amigo jugador), pero contigo, oh princesa Frozen no mereces tales remilgos y bajezas; dijo al tiempo que se desprendía de una camiseta que lucía la frase ecologista: “Salvemos la Amazonía”.

         -No conozco el amazonas, pero no lo imagino mas hermoso y vital que tu contundente pecho y sus contornos. Lara eres muy bella. No imaginaba… (dijo admirada Elisa)

        -¿Sabes una cosa Frozen? (tecleo Fabiola), estoy deseando “comerte” ese caballo o el alfil que tanto me están obstaculizando para darte mate y de paso…

       -Pues te anuncio, Lara, que bajo el top negro, solo mi blanca piel espera a mi contrincante, a propósito el granate sobre tu piel marida a la perfección, que sujetador y que relleno mas lindo.


        -Estás desconcentrándome, Frocen jajaja. Ansías ganar la partida tanto como yo y luchas por distraer mi estrategia.

       -Siento mis rosados pezones encrespados, duros, como las Torres que protocolariamente guardan las cuatro esquinas del tablero.

        -No aguanto mas (tecleo Fabiola) al tiempo que hacía desaparecer su mano y antebrazo derecho por debajo del teclado, la mesa y como es lógico del alcance de la cámara.

        -Esperaté a terminar la partida.

        -Palpándome te siento muy cerca, quiero más.

Frozen, mientras se mordía los labios, la dijo: solo acordando unas Tablas podremos terminar el juego y salir del tablero hacia un vídeochat donde nuestra intimidad y placer no sean cuestionadas y allí podamos viajar juntas abrazadas por la imaginación de nuestras mentes, ahora, ardientes


    Ya eran las cuatro: Fabiola y Elisa y Lara y Frozen las que convirtieron sus dedos corazón y anular en pinceles que subían y bajaban, con frecuencia pareja, por sus entreabiertos labios inguinales emanando el fluido mágico.

    Sincronizadas y lascivas por sus miradas cristalinas y risueñas, movieron sus Reinas-damas al suelo del tablero digital con sus humedecidos dedos que dejaron las pantallas táctiles pegajosas, lo que no sabía la máquina, la aplicación, es que el juego entre Elisa y Fabiola se trasladaba a la intimidad de otros espacios cibernéticos o incluso al, mas cercano, encuentro por vídeo llamada al celular. Antes del game over final tuvieron tiempo de teclear el número de sus móviles, después el fundido a negro de la pantalla las absorbió trasladándolas a otras ocultas y magnéticas latitudes.

Autor:  Henry Marfrafe




miércoles, 16 de diciembre de 2020

"Oda al Hidrogel", autor: Félix Martín Franco

    La plaza permanecía como hacía veinte años, parecía arrancada de aquel París retratado mil veces por Maurice Utrillo. Un aroma de cierto abolengo traspasaba desde el café a la calle cargada de aromas. Recoloqué mi  mascarilla  correctamente ante la presencia del camarero que, sin lugar a dudas, se dirigía a la mesa que ocupaba, bajo la pletórica y reconfortante sombra de un Plátano (Platanus x hispanica), especie calvario para alérgicos madrileños.

    Verónica no había bajado todavía, tampoco quería atosigarla, así que desinfecté minuciosamente mis manos y antebrazos con abundante hidrogel (solución desinfectante especialmente para la higiene de manos y previsora del contagio por covid-19. Composición:

   750 ml de alcohol isopropílico -con una pureza del 99,8%-,
  40 ml de peróxido de hidrógeno H2O2 -agua oxigenada-
  15 ml de glicerol o gel de aloe vera
195 ml de agua destilada o agua hervida y enfriada)

aquel resultó especialmente gelatinoso y escurridizo. Lo dejé en la mesa, a buen recaudo,  a la espera que lo usara, a su llegada, la tardona de Vero. Abstraído con el ir y venir de los enmascarados y desconfiados viandantes llego, tras tomar nota a otra mesa, el camarero; abigarrado profesional de la hostelería que no se extrañó al oírme solicitarle un Cointreau “generoso” con una única pieza de hielo, por favor. Incluso para rematar su sapiencia ofreció servírmelo picado. Un cliente sibarita (para los tiempos que corren) y un garçon que sabe de su oficio y maneras. pensé.

       Por fin!  Verónica!  loados sean los dioses, bendita la gracia de tu presencia y la luz que te confieren en esta hermosa tarde parisina en pleno barrio de Embajadores.

    Mas de tres horas transcurrieron en un intento de ponernos al día en nuestras vidas y circunstancias tras la llegada de la más cruenta pandemia que ha azotado al mundo precisamente ahora que nos creíamos en el mal llamado estado de bienestar.

    -Siempre me has hecho reír, hablemos de lo que hablemos, es un placer coincidir contigo, ¿por qué no quedamos más? -La culpa la tienen tus “novios dije, que no te dejan sola ni de noche ni de día. Volvimos a reírnos.

    Un septiembre remolón y totalmente primaveral nos invitaba a continuar de agradable tertulia. Me fijé que su dentadura brillaba, como recién instalada en un outlet, pero no comenté nada. 

    El sol iba ocultándose y comenzó a refrescar con el canto de los últimos pájaros, anclados en las ramas de la frondosa arboleda de la plaza.

    -Todavía, creo, guardo aquella botella de Cointreau (he visto que sigues con tu adicción, jajaja) que trajiste a casa por mi cumpleaños, hace años (de sobra recordaba que fue al cumplir sus cuarenta y un , cuando se montaron un trío con aquella pelirroja de pezones generosos, la llamamos “pezones salchichita cóctel”. Dos lenguas para el conejito de Verónica, no hizo falta soplar velas. Mientras, en el dormitorio de al lado, hacía Teresa dormitando la borrachera que se ganó a pulso, entre brindis y bailes pegado, muy pegados. Aún recuerdo sus exclamaciones en susurro: -¿Cómo me está poniendo éste tío! -Vámonos de aquí (me proponía), vivo cerca. Estoy empapada. Creía no ser oída y Verónica se estaba incendiando de celos, también, en aquella velada, disfruté de un juego nuevo, para mi, el beso escondido, las tres damas presentes y traviesas y el pobre ratón de laboratorio, es decir yo y con los ojos cubiertos por un antifaz de los que se usan para conciliar el sueño, por mucha luz que exista en el ambiente, debía averiguar de quien era cada beso que recibía de los cuatro que me daban, uno de mas para despistarme. Tres salivas, tres formas de besar y yo de catador privilegiado con las manos amordazadas. Adrede tarde en adivinar mientras saboreé aquellas delicadas cocteleras con forma de boca de mujer. Qué delicia, que mucho me temo no volver.

    Sonreímos y dejé un generoso billete pillado por el píe de mi copa que incluía propina, bien merecida por el garçon. -Si no hay más remedio te acompaño y compruebo el estado del bebedizo, después de tantos años seguro que se ha evaporado o guarda su esencia más íntima, por el contrario.

 

    Agarré el dosificador de hidrogel, su caudal era exagerado y una vez depositado en la palma de mi mano lo extendí ofreciéndoselo a Verónica. El roce fue mansamente eléctrico entre unas manos que, hacía años, no se agarraban ni acariciaban, ambos sentimos el latigazo. La cremosidad del fluido desinfectante fusionó nuestras manos y mutuamente nos restregamos las manos cruzándonos los dedos y colisionando nerviosos nuestras muñecas. Su penetrante olor entre selva amazónica y suelo de hospital recién fregado me invitó a guardarme el frasco por el hueco ventral de la chupa, asegurándolo a mi tripa al subir la cremallera. Sonreí a Vero y ella, algo avergonzada, me siguió el juego marchando con un paso acelerado, mientras nos colocamos las mascarillas a toda prisa y el brillo que producía el cruce de nuestras miradas enamoradizas hizo el resto. “Donde hubo fuego siempre quedan brasas”.

    En el ascensor no mediamos palabra, mantuvimos la mirada intensa y una sonrisa cómplice en la comisura de nuestros labios, imaginada tras las mascarillas. Sólo tras girar la llave de la casa, sus correspondientes sonoras y recordadas tres vueltas, respiramos mas tranquilos, como si todo el tiempo del mundo nos perteneciera.

    Me sacó el hidrogel del marsupio y exclamó en voz baja: sigues igual que siempre, y eso me gusta. Desbotonó la camisa y como pudo me dejó el torso desnudo al aire, yo hice lo propio y al contemplar su pecho desnudo exclamé en voz baja: Siguen siendo como hace años, sos preciosa.  Me imaginé con una cara de bobalicón ilusionado como cuando los Reyes Magos me trajeron el scalextric.

- Qué tal si…

    Llenamos a conciencia el cuenco de nuestras manos del secuestrado hidrogel del café y comenzamos a regalarmos un mutuo masaje, haciendo correr, sin paradas, el gelatinoso y escurridizo brebaje por los cuerpos descubiertos de cintura para arriba. Los pezones y areolas de Verónica tornaron de color y se mostraron pletóricos como buscando lucha, Tommy el gato de Verónica, permanecía en una esquina asustado desde que me vio entrar en la casa.

    Primero de píe y después sobre el sofá, una vez protegido con una gran toalla de baño blanca nos rebozamos y revolcamos como dos pollos en un asador, seguimos sin hablarnos y al instante las brasas adormiladas, durante años, avivaron un fuego lento que propició las llamas eternas de la pasión. Seguimos con las mascarillas obstaculizando respiración, aliento y gemidos, pero no hicimos ademanes de retirarlas, aceptando el castigo divino. Los besos podían ser hilo conductor del puto corona virus bautizado como covid-19, en el supuesto de que alguno de nosotros fuera portador asintomático. Fue una muestra de respeto y cariño hacia nosotros mismos los que, tantas veces, compartimos fluidos y aliento. 

    Siguió el destape y Tommy se entretuvo desde entonces en olfatear con ahínco y dedicación mis calcetines que salieron volando a varios metros del sofá. Ya nada nos haría parar. Verónica se retiró a la toilette y yo rebusqué la vieja botella que, ahí estaba aguardándome como un viejo amigo. Mojé mis labios con el licor, tras ahuecarme la mascarilla, delicioso, dulzón. Por la puerta, entre abierta, del baño y con ayuda de su gran espejo mural pude ver a Vero untarse e introducirse alguna crema en su vagina, seguramente un lubrificante, a nuestra edad hay que irse buscando aliados para una buena práctica amatoria. De mi cartera saque dos condones que, como balas de un rifle de repetición, llevaba en la recámara, siempre dispuestos a ser desenfundados.

Bajé sus braguitas, tipo culote-tanga y mantuve mis mofletes sobre sus frescas nalgas durante un momento que pareció un siglo en el reencuentro. Ya desnudos y enmudecidos volvimos a embadurnarnos con la que bautizamos como Poción Mágica y, aunque intenté calentarla frotándola con mis manos una y otra vez, no pude evitar el escalofrío en los muslos de la deliciosa Verónica, parecía que el tiempo no había transcurrido, saltó en un movimiento espasmódico que dejó a la vista sus labios sonrosados y que ya hacían entreabiertos. Fue el momento en que mi termómetro llegó a su máximo indicador y con el mercurio a punto de estallar.

Verónica me obligó a permanecer tumbado boca arriba, mientras ella se aupaba como experta Artemisa bajando lentamente sobre la flecha ardiente, quedando apuntalada por Cupido para conseguir su máxima perpendicular. Tommy maulló sobresaltado al escuchar el gemido de Verónica.








 

lunes, 7 de diciembre de 2020

"En buenas manos", autora: Eliza Brown

            Siempre el mismo autobús. Éramos muy pocos los “esenciales” que nos dirigíamos a nuestros puestos de trabajo, así que también pocos viajeros.

        Al principio era tanta la carga que llevaba en mi cabeza que una vez me pasé de parada reviviendo el día interminable de tragedias horribles.

        Llegaba a casa tan derrotada que más de una vez lloraba en la ducha. Lloraba a gritos, de rabia y de dolor ante tanto sufrimiento. Luchaba contra la impotencia y la  frustración cada día y estaba tan agotada que caía rendida en la cama sin mucho tiempo para pensar más. Unas horas de sueño alborotado y otra vez para el hospital. De nuevo a las trincheras. Cada día lo mismo.

         Y, al tomar el autobús, ese silencio sepulcral, miradas perdidas y miedo en el aire. No podía pensar en otra cosa. Impotencia, frustración, fracaso... Y entraba en un bucle del que intentaba salir pensando en los vivos, en otro día más que había librado para volver a la batalla. 

        El viaje en el bus era muy incómodo y eterno. Cuarenta y cinco minutos casi sola y sin poder hacer nada. Había perdido las ganas de escuchar música durante el trayecto. Prefería el silencio.

        Un día olvidé el abono en casa. Había cambiado de bolso y no me di cuenta de cogerlo. Ya era tarde para volver atrás. Pagué con unas monedas que tenía a mano y, a la vuelta, cuando busqué de nuevo en mi cartera, no tenía suelto. “Ay, me he dejado el abono y solo tengo un billete de 20 euros, lo siento”, le dije al conductor. Era la primera vez que le miraba a los ojos. “No te preocupes”, me dijo, “si vosotros no deberíais pagar, con la que está cayéndoos”.

        Le di las gracias y fui a mi habitual asiento de atrás,un poco cortada pero a la vez aliviada. Hacía semanas que nadie se había preocupado por aparte de mis padres que me llamaban por teléfono los fines de semana para ver cómo iba todo. Sabían que entre semana apenas tenía tiempo ni de respirar.

        Me pregunté si él tendría familia y cómo sería. Por primera vez en aquellas semanas no fui  pensando en el agobio de la jornada durante el trayecto.

        Al día siguiente, él no estaba frente al volante. Yo siempre cogía  el mismo bus. Era lunes, habría cambiado el turno o libraría, pensé.

        A los dos días volví a verle, esta vez me saludó. Y yo a él. Fue una comunicación especial, como si en ese saludo me estuviera ofreciendo todo el apoyo que yo necesitaba, con un cariño infinito escondido en una voz que me pareció un bálsamo.

        Pasaron días y, cuando coincidíamos, entablábamos una pequeña conversación, muy breve, casi diciéndonos más con las miradas y los gestos que con las palabras, que eran pocas.

        Un día llegaba yo especialmente cansada. Era viernes, final de semana. Me senté donde siempre, en uno de los últimos asientos. Apoyé la cabeza casi de inmediato en el cristal y caí rendida sin darme cuenta. No supe cuánto tiempo había pasado. Alguien me despertó, apoyando la mano en mi hombro izquierdo. Cuando abrí los ojos, le tenía enfrente, diciéndome, susurrando casi, “perdona, esta es tu parada”. Miré alrededor, un poco confusa, y lo miré. No había nadie en el bus. Me fijé en sus ojos, de un verde aceituna que me llenaron por dentro. “Gracias”, acerté a decir. Me abrí paso para salir, nerviosa, un poco confusa y a la vez halagada al ver que se había preocupado por mí otra vez, que sabía perfectamente cuál era mi parada y se había molestado en avisarme.

        Llegué a casa y, por primera vez en todo este infierno, decidí abrir una botella de vino blanco. Una sola copa, sorbo a sorbo, pensando en él.

        Al acostarme, no sé si porque el cerebro acaba buscando refugio en el menor resquicio u oportunidad de evasión, o porque realmente el cuerpo es sabio, empecé a fantasear con ese hombre de los ojos verdes, imaginando que un día, al final del trayecto, apagaría las luces del bus y se acercaría a a despertarme, pero esta vez con sus manos bajo mi jersey, con las dos a la vez amasando mis pechos, al tiempo que sus índices estimulaban mis  pezones duros y ardientes, mientras me derretía por dentro deseando que fuera a mi sexo, y metiera los dedos, uno, dos, los que quiera, y los moviera al compás de mis inevitables movimientos buscando más, mientras yo me agarraba a los asientos con los brazos extendidos y las piernas cada vez más abiertas pidiendo más, hasta que llegara el final, el tan ansiado final desde hacía tanto tiempo.

        Y, mientras me masturbo en la cama pensando en la escena, pienso que mañana me sentaré en el asiento de adelante, que hay confianza y nunca se sabe...

Eliza Brown





viernes, 4 de diciembre de 2020

"Erática y erótica...mente", autora: Gio Aguiló

Cada noche ella llegaba a su refugio de aislamiento pandémico, sin darle siquiera un beso, se metía rápidamente en la ducha temerosa de llevar el SARS en los zapatos, en la ropa, en el pelo y, sólo tras su estricto protocolo, se atrevía a abrazarle.

Él, también sanitario, la recogía tranquilo, sosegado, devolviéndola a la calma.

Y así se quedaban dormidos, acurrucados, refugiados el uno en el otro, intentando parar la mente viendo aquellas películas y series para evadirse; hasta que se daban cuenta de que los equipos de protección individual utilizados en la fantasía eran mucho mejores que los penosos y a veces, incluso, ausentes EPIs que a ella le proporcionaban para trabajar en la zona covid  del hospital...


Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
 
Julio Cortázar. 

       Mis pupilas se dilatan al mirarte
          mientras beso
          el resquicio de consciencia
          que percibes cuando duermes.
 
          Acaricio la dulzura
          destilada por tu boca
          y resbalo por el surco
          que tu lengua me suscita.        
 
          Gesticulas y contemplo tu expresión,
          delirante y deliciosa,
          que me expone consecuencias de mis actos.
 
          Reaccionas sensitivo
          y me pides sugerente
          la medida de tus ganas.
 
          Y te entregas por entero.
 
Gio Aguiló





lunes, 30 de noviembre de 2020

¿Nueva normalidad?, autora: Lihue Balanzino

La emoción del  on/off  line
la nueva publicación
los fueguitos mal apagados
 
Falta de expresión real
falta de expresión carnal
tocarte y sentirte con dos dedos
con un mouse que no te recorre
pero te recorre
sin correrte
 
Y besos con gusto a viento
se los lleva el aire
se los lleva nadie
y vuelven
vuelven para no sé.
 
Esa manía digital
esa falta de realidad
exceso de imaginación que no traduce
que no siente ni ve
ya ningún sentido siente
y todos están esclavizados
para fingir lo que no existe.

¿Nueva normalidad?








miércoles, 25 de noviembre de 2020

"Día internacional de la eliminación violencia contra la MUJER"

     Porque no siempre el sexo es placer para tod@s, nos ha entregado ésta canción Chega Gómez, gran cantautora madrileña, y de esta forma dejamos nuestra muestra de adhesión y colaboración al "Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer".

BASTA YA !!!

GRACIAS INFINITAS, Chega, amiga, compositora, intérprete...

    Aunque a veces los contenidos de éste blog pudieran parecer machistas, rogamos disculpas, pues, para nada lo son.

Pincha y Siente:

CHEGAGOMEZ   IRIOWENIASI   =   HILO DE LA LUNA





domingo, 22 de noviembre de 2020

Peticiones del Oyente en "MÚSICA de amores CONFINAD@S"

Una querida lectora del blog (anónima) nos ha solicitado vía mail: milyunanochesconfinadas@gmail.com,
incluir en el epígrafe "Música de amores confinad@s"  dos temazos muy, muy, muy  hot: "Lo estás haciendo muy bien" y "Mas y mas", escucha nuestros -69 oldy hit- (de momento 41, esperamos vuestras nuevas propuestas) y disfruta de un paseo por lo mejor de la música -amorosa- en español .

Referenciada en el consultorio "CARNE Y ALMA CONFINADA", como respuesta a la consulta realizada por Neptuno, unimos a nuesta lista de reprodución musical "UNA DE DOS", del siempre querido Luis Eduardo Aute.




"¿Hasta cuando?", autora: Anna Bukowska

 
¿Cuánto más he de esperar
para poderte amar?
 
Maldito confinamiento
que no me deja
disfrutar de tu cuerpo
ni besar tu sexo.
 
Un cable nos separa
y nos une,
te veo tras la pantalla
pero ya no me basta.
 
Maldito confinamiento
que sólo permite
practicar cibersexo.
 
Yo quiero tu cuerpo
para recorrerlo
beso a beso.
 
Maldita, jodida pandemia
que no me deja
disfrutar de tu lengua.
 
¿Hasta cuándo
seguiré amando
hasta cuándo
sin tocarte
ni sentir tus labios?
 
Tras el hilo
te lo digo
te digo que te extraño
y, mientras,
me estoy masturbando.
 
Puñetero toque de queda
jodida pandemia.
 y... ¿Hasta cuándo?


Anna Bukowska






sábado, 21 de noviembre de 2020

En el estudio de Luis Serrano

    En tiempos de pandemia y confinamiento, tampoco LUIS SERRANO (Pintor-Fotógrafo y mucho mas) pudo estar quieto y creó y creó con todas las técnicas que domina y disfruta.  GRACIAS, Luis.

       

viernes, 20 de noviembre de 2020

"Puerta con Puerta", autor: Antonio Ruiz Pascual

      Ella era mi vecina de al lado, varias veces nos cruzamos en la escalera, en el super, junto al buzón de correos, nos dábamos educados los buenos días, las veces que más hemos hablado ha sido en las reuniones de vecinos, era una chica atractiva, bien formada y vestía bastante sexi,  pero con eso de tenerla al lado de casa nunca me interesó, los rollos cuanto más lejos y anónimos mejor, era todo un mecanismo de defensa, supongo que ella pensaría lo mismo, los dos de vez en cuando nos traíamos ligues, algo normal para sobrellevar la existencia del tiempo y habíamos escuchado tanto el uno como el otro nuestros escarceos amorosos a través de los tabiques,  así como escuchamos programas de televisión, música, paredes de papel se dicen donde la intimidad no existe, ella de pop antiguo me recordaba a mis guateques de adolescencia, mientras yo soy de jazz, Charlie Parker todo el día sonando, me fascina el saxo.

      En una ocasión ella me pidió un brik de leche, yo un día un paquete de harina, hasta ese momento esa era toda nuestra relación, llegó el confinamiento y salíamos juntos a aplaudir en reconocimiento a los sanitarios y otras profesiones que hacían posible subsistir a la peste por covid-19 que estábamos padeciendo, también coincidíamos, de vez en cuando, al echar un pitillo en la terraza, 

aunque los dos vivíamos solos se ve que no gustábamos de contaminar el aire de nuestra casa y empezamos a charlar más sobre la vida, la sociedad, los valores éticos, los partidos políticos y como no, sobre el confinamiento, los dos éramos de izquierdas, empezamos a intimar y resulta que nuestras conversaciones eran, cada semana, más asiduas, amenas e interesantes. La soledad hizo que empezáramos a buscarnos, a sentir la presencia el uno del otro a pesar de los tabiques. Una noche de luna y calor inmensos ella salió a fumar en ropa interior de encaje, yo lucía en calzoncillos, los dos demostramos madurez, nada de pudor y conversamos con la mayor naturalidad, la verdad es que yo la devoraba con la mirada y mis ojos, sin querer, aterrizaban una y otra vez sus generosos pechos y su pequeño sujetador que luchaba por abarcarlos, así estuvimos un rato largo hablando, mientras luchaba contra mis instintos más básicos que, cautivos bajo mi slip, comenzaron a revolucionarse. Cuando entre de nuevo al comedor de casa necesité una ducha fría y casualidad o no, sentí el agua caer desde la alcachofa de mi ya entrañable vecina. La imaginé debajo de su ducha, desnuda, mojada, con olor a piel y gel de manzana, que desde hacía unos minutos ya habían percibido mis fosas nasales. La escena volvió a repetirse varios días, las conversaciones cada día eran más largas y el deseo estaba, nunca mejor dicho, a flor de piel. Después del cigarrillo y la amena conversación y sus picaronas bromas, como si fuera una ceremonia consensuada los dos, nos duchábamos, no sé si a ella le pasaba lo mismo que a mí, pero intuía que nuestros actos estaban acompasados y los repetíamos con exactitud de relojero. Una noche, con el propósito de romper el hielo o mejor dicho de encender el fuego, la invité a pasar a casa y tomar un vino, aunque a tenor del calor que hacía lo convertimos en un tinto de verano. La excusa de que probara mi tortilla española, que aquella noche me salió deliciosa, fue la excusa para la invitación. Ella aceptó, sin pensárselo dos veces, ambienté la estancia con música romántica, y coloqué unas velas en sitios estratégicos consiguiendo una penumbra iluminada que además nos protegería de los mosquitos. Apareció radiante, a los pocos minutos, con una bata estampada de flores rojas, si no recuerdo mal eran amapolas, yo me puse un batín que compré hacía años y que nunca tuve ocasión adecuada para estrenar y que permanecía dormido en un cajón del armario totalmente abandonado. Bebimos y degustamos la tortilla entre bromas y algunos asuntos de la comunidad de vecinos, al abrir la segunda botella y brindar y volver a brindar nos miramos a los ojos, el tiempo se detuvo en esa mirada larga, manteniéndola fija a nuestros propios ojos repletos de fuego; sentí un escalofrío y por que no decirlo, estaba nervioso, excitado, un mechón de pelo se le vino a los ojos, yo servicial y muy lentamente lo aparté al tiempo que ella me sujetó la mano y como un camino sin retorno nos acercamos para fundirnos en el beso interminable que aún hoy saboreo, dejamos que nuestras manos dieran rienda suelta a sus deseos y recorrieran nuestros cuerpos, al acariciar su pecho gimió haciéndome sentir un estremecimiento quebradizo por toda mi columna vertebral. Todo mi cuerpo se erizó. Seguí besándola como poseso y ella se entregó a mis caricias al igual que yo caía rendido a las suyas, al rozar mi entrepierna la respuesta sentimos inmediata, alzándose sin remedio ni condición, aquellos atributos masculinos que creía míos. Nos desnudamos rápidamente como si nos fuera la vida, hambre atrasada, quizás; en eso la cogí en brazos y la llevé hacia la cama, depositándola dulcemente, volviendo a los besos, a las caricias, aquella casa que había sido una prisión se convertía en las mil y una noche, en los jardines del edén, piel con piel nos quemábamos, de pronto dejó libre su túnel del amor y como un tren expreso sin estaciones entré embravecido y sintiéndome temblar, una vez más, un mar de sensaciones me embargaban, seguí frenético en el vaivén del amor, hasta llegar a una explosión sobrenatural, un orgasmo a dúo nos hizo gritar como animales en celo, sudorosos, permanecimos largo rato el uno en el otro, como si no pudiéramos separarnos, romper el aquelarre, aquel sortilegio que nos hizo gozar, alcanzar el Nirvana, nuestros cuerpos no dejaron de oler a sexo y a champú de manzana, el silencio nos abrazaba con fuerza. 



Sonreímos adormecidos y sincronizados nos encaminamos hacia la ducha y dejamos caer el agua enjabonándonos el uno al otro, qué decir, aquello volvió a excitarnos, levante su pierna derecha y bajo el chorro del agua volví a penetrarla otra vez, nuestros gritos rompieron el silencio, hicieron eco entre aquellas paredes que de pronto ya no me encerraban, eran cómplices de nuestra pasión desbordada, que hicieron que aquello se repitiera una y otra vez entre idas y venidas, de una casa a otra, sin importar demasiado en cual de ella amaneceríamos, éramos dueños de nuestros tiempos, a nadie teníamos que rendir cuentas.

       El confinamiento se convirtió en nuestro aliado y como dos anacoretas encantados, nos amábamos a cualquier hora del día o la noche, que más daba, bajábamos a comprar por separado pero nos besábamos en cada pasillo del súper donde nos encontrábamos, dejando descansar las mascarillas sobre la barbilla, nos prometimos que el primer día que se acabara este encierro maravilloso, saldríamos de la mano sin importarnos lo que dijeran el resto de nuestros vecinos, el resto del mundo, viviríamos entre los dos pisos como hasta ahora y quién sabe si en un futuro romperíamos un muro y fusionáramos la casa sin que ninguna pared nos vuelva a separe nunca más, pero eso está por ver, mientras que los demás aplaudían, gritaban vítores y ponían músicas reivindicativas, sentimentales, nosotros hacíamos el amor, uníamos nuestros gemidos, nuestros orgasmos al jubilo general parecía como si toda aquella celebración estallara, llegara al clímax con nosotros, como si gritáramos ¡viva el amor que nos aparta de la muerte!, mientras los demás se privaban de abrazos y de besos, nosotros damos rienda suelta a toda nuestras fantasías, dejó de existir la ropa para nosotros, quizás yo fuera Adán y ella de pronto Eva, comiéndonos la manzana prohibida, el pecado original entre su sexo y el mío, reyes del paraíso sin miedos ni penitencias, sin diablos ni dioses que nos pongan freno, donde las formas infinitas nos lleven a esta lucha sin tregua, cuerpo a cuerpo, como bárbaros, abandonándonos a nuestras ansias.

Antonio Ruiz Pascual